“Se detuvieron de golpe con sus rostros cargados de tristeza. Nosotros teníamos la esperanza de que era el Mesías que había venido para rescatar a Israel” (Lu. 24:17, 23).
Cosa terrible es perder toda esperanza. No se puede vivir así. Para los discípulos era haber puesto su confianza en que Jesús era la persona que habían esperado, solo para ser desilusionados y sentirse vacíos, defraudados y desanimados, sin prospecto para el futuro. ¡Qué desencanto más fuerte pasaron! Creían que Dios estaba a punto de cumplir sus deseos más profundos y realizar sus sueños más anhelados, y, de repente, nada. No iba a pasar nada de todo lo que esperaban. Su corazón pasó de la alabanza al luto, y Dios está incomprensible. ¿Por qué me hizo esperar si luego me iba a defraudar? No hay cosa parecida a la desilusión espiritual.
Como Jerusalén ya no guardaba nada para ellos, estos dos decidieron abandonar la ciudad. Al igual que ellos estaban los demás discípulos, algunos hasta amargados y cínicos. No obstante, la mayor parte decidieron quedar juntos para guardar luto, no por otro motivo, porque ya no esperaban nada. Habían amado a este Hombre que estaba muerto. Habían dejado todo para seguirle, creyendo que era el esperado Mesías, y ahora, nada. Estaban aturdidos, confundidos, desorientados y muy tristes. Solo la persona que ha esperado grandes cosas de parte de Dios y ha recibido un chasco inesperado e incomprensible puede identificarse con su estado de ánimo.
Si no fuera por la resurrección, no hay esperanza, porque lo principal de Jesús no es su enseñanza, ni su vida ejemplar, ni sus milagros o prodigios, sino su resurrección. Sin la resurrección todo lo anterior queda en nada. Jesús no es como los grandes de la historia, que lo más importante de ellos fue la contribución que hicieron con su vida; lo más importante de Jesús es su muerte y resurrección. Si quedó muerto, su vida no significa nada: promesas vacías y enseñanzas imposibles de cumplir. Si no resucitó, no tenemos nada: “Si Cristo no resucitó, vuestra fe es vana; aún estáis en vuestros pecados. Entonces también los que durmieron en Cristo perecieron” (1 Cor. 15:17, 18). Si Cristo no resucitó, no hay perdón de pecado, no hay esperanza ni de salvación, ni de resurrección. Solo queda la tumba: culpa y muerte. Los que no tienen esperanza
Dicen que nadie nos pudo crear,
Que fue accidente, fuerzas sin mente,
Mero azar.
Dicen que el Cielo vacío está,
Que nadie nos ama, nadie nos llama
A su hogar.
Te ama Jesús, amigo,
El que nació en Belén;
El hizo la luz, murió en la cruz
En Jerusalén.
Subió de la tumba, amigo,
Subió al cielo también;
De allí volverá y suyo será
El reino. Amén.