LOS CULTOS EN EL ANTIGUO TESTAMENTO

“Habla a los hijos de Israel y diles: Las fiestas solemnes de Jehová, las cuales proclamaréis como santas convocaciones, serán estas:…” (Lev. 23:2).

            En vano buscamos en el Antiguo Testamento para encontrar un orden de culto que puede servir de modelo para nuestros cultos. Los judíos no tenían cultos como parte de su vida espiritual; una vida ordenada según la Ley de Dios era el culto. No tenían  culto el sábado como nosotros el domingo. La religión, es decir, el judaísmo, era la cultura. Su forma de vida era su religión. Incluía sacrificios para el pecado, fiestas anuales y leyes que gobernaban todo: la agricultura, la comida, el matrimonio, la disciplina de los hijos, el gobierno, el trabajo, la medicina, la justicia criminal, pleitos entre vecinos, atención a pobres, huérfanos, y extranjeros, diversión y descanso. Cada aspecto de la vida entraba en su “religión”. Israel era una teocracia. Dios era el Rey. Él había dictaminado una ley justa, y su Ley gobernaba la vida del pueblo. Cuando hacía falta una palabra específica para una situación concreta, Dios daba esta palabra a sus profetas. Los sacerdotes se encargaban del templo, los profetas de las necesarias revelaciones de Dios, y el Rey era Dios. Moisés era caudillo y profeta y por medio de él vino la Ley. Josué le siguió como líder bajo Dios (Josué 5:13-15), encargado de la conquista de la tierra, y su reparto en heredades. Después de él seguían los jueces, encargados de la defensa de Israel y de la justicia.

La idea de Dios era que Israel fuese una sociedad modélica bajo Su gobierno para ser luz a las naciones, y así conseguir que el conocimiento de Dios se extendiese al mundo entero. Israel tenía que dar testimonio en un mundo pagano de la bienaventuranza de pertenecer al Dios de Israel, de lo que es una sociedad justa.

No iban a un culto, como nosotros, con la idea de conocer a gente, porque todos eran vecinos. Se convivían. Por eso Jesús se perdió volviendo de Jerusalén de la fiesta de la pascua, porque todos estaban justos, mezclados en convivencia normal. Los sábados proporcionaban un necesario descanso del trabajo cotidiano, y los días de fiesta la unificación del pueblo, su edificación, el compañerismo, la comunión, diversión y comunicación entre todos. La relación con Dios iba unida a la relación con el prójimo; eran inseparables. Paz con Dios incluía sanas relaciones con los demás.

De fiestas anuales había siete: la Pascua, la fiesta de los panes sin levadura, la ofrenda de los primeros frutos, la fiesta de las Semanas, la fiesta de las Trompetas, el día de la expiación, la fiesta de los tabernáculos, cada una rica en enseñanza y simbolismo (Lev. 23). Estas fiestas unificaban el pueblo, pues, se subía a Jerusalén para celebrarlos todos los pueblos de Israel. Servían para recordar a Israel su historia, quitar de en medio el pecado, agradecerle a Dios las cosechas, recibir instrucción en la Ley de Dios, y disfrutar de la vida social. Proveían días de descanso del trabajo, oportunidades para hablar los unos con los otros y acercamiento a Dios. Se llamaban fiestas porque eran alegres celebraciones. La vida con Dios en harmonía los unos con los otros es un gozo digno de celebrar: “Feliz la nación cuyo Dios es el Señor” (Salmo 33:12).