“El primer día de la fiesta de los panes sin levadura, vinieron los discípulos a Jesús, diciéndole: ¿Dónde quieres que preparemos para que comas la pascua?” (Mat. 26:17).
La historia del Éxodo es emocionante. Llegó el día de juicio sobe los opresores y Dios libró a su pueblo. Dios explicó a Moisés lo que tenían que hacer aquella noche: escoger un cordero sin defecto de un año, uno por familia, y sacrificarlo al ponerse el sol. Tenían que recoger la sangre y pintar los marcos de las puertas con ella, asar la carne, y comerla con hierbas amargas y pan sin levadura, con la ropa de viaje puesta y el bordón en la mano, porque aquella noche iban a ser librados. “Porque Jehová pasará hiriendo a los egipcios; y cuando vea la sangre en el dintel y en los dos postes, pasará Jehová aquella puerta, y no dejará entrar al heridor en vuestras casas para herir” (Ex. 12:23). El ángel de la muerte vería la sangre y sabrá que ya ha habido una muerte en substitución, y pasaría. Si no veía la sangre, moriría el hijo mayor en substitución por las familias egipcias, como años más tarde moriría el Hijo mayor de Dios en substitución por la humanidad. Aquella noche sería de destrucción para algunos y liberación para otros, una sombra del gran día de juicio, cuando solo los que están cubiertos por la Sangre del Cordero serán librados de la ira de Dios.
Notemos un detalle significante. En lugar de usar la palabra “matar”, Dios emplea la palabra “herir”, al igual que el profeta: “Nosotros lo tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido, mas él herido fue por nuestras rebeliones” (Is. 53:4, 5).
“El tiempo que los hijos de Israel habitaron en Egipto fue cuatrocientos treinta años. Y pasados los cuatrocientos tinta años, en el mismo día todas las huestes de Jehová salieron de la tierra de Egipto. Partieron los hijos de Israel de Ramesés a Sucot, como seiscientos mil hombres de a pie, sin contar los niños. También subió con ellos grande multitud de toda clase de gentes, y ovejas, y muchísimo ganado” (Ex. 12:40, 41, 37, 38). Muchos egipcios temerosos de Dios, también salieron con ellos. Contándoles a todos, podrían haber sido unos 3.000.000 almas. De este prodigio maravilloso Dios dice: “Es noche de guardar para Jehová, por haberlos sacado en ella de la tierra de Egipto. Esta noche deben guardarla para Jehová todos los hijos de Israel en sus generaciones” (Ex. 12:42).
Esta fue la fiesta que Jesús celebró la noche en que fue entregado, consciente de que él era el Cordero de Dios que iba a ser sacrificado para la liberación de su pueblo. La ira de Dios iba a caer sobre él en substitución por ellos; su sangre iba a librar a los cautivos de la esclavitud al pecado y la tiranía de la muerte a coste de su vida. “El Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan (sin levadura); y habiendo dado gracias, lo partió y dijo: tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas la veces que la bebieres, en memoria de mí” (1 Cor. 11:23-25).
O bien es la sangre del Cordero, o bien es la tuya, pintas tu puerta con sangre o tu hijo mayor muere. Libertad o muerte. Estas eran las dos opciones en aquella primera Pascua, y lo siguen siendo hasta el día de hoy. El Cordero es el Juez. O bien es tu Libertador, o bien tu Juez y pereces en aquel día terrible de “la ira del Cordero”.
Jesús cenó y salió para ser entregado a muerte, sacrificado como la ofrenda definitiva para el pecado, el último Cordero Pascual.