“Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros” (1 Cor. 5:7).
¿Por qué murió Jesús en la Pascua y no en el Día de Expiación?
Esta es la pregunta que vamos a explorar. A primera vista parece que habría sido más apropiado que muriese en el día de expiación (Levítico 16) que es el día que se celebra el perdón de pecado. En la Pascua no hay mención del pecado. Muere el cordero y el pueblo es liberado. Pero la Pascua es la fiesta por excelencia porque incluye todos los sacrificios y todos los días festivos. Es el Gal. 2:20 del Antiguo Testamento: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios”. El cordero pascual fue el sustituto por las familias de Israel; la salvación vino por su identificación con él. Figurativamente murieron con él y resucitaron con él a la mañana siguiente para emprender su marcha a la Tierra Prometida. Con Cristo hemos muerto, resucitado, ascendido y estamos sentados con Él a la diestra de Dios en los lugares celestiales (Ef. 2:5, 6). Cristo es nuestra vida. Ahora vivimos por Él. Tenemos su vida de resurrección dentro de nosotros. Estamos “en Él”. Dios nos mira en Cristo. Él es nuestra justicia. “Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justicia, justificación, santificación y redención” (1 Cor. 1:30). El Espíritu Santo es vida de resurrección en nosotros. Es por medio de Él que Cristo vive en nosotros y con su poder vivimos la vida de Cristo, es decir, la vida cristiana.
Y, ¿dónde vemos el perdón de pecados en la pascua? No ponían la mano encima de la cabeza de la víctima para pasarle sus pecados; no confesaron ningún pecado. El perdón es representado en otra fiesta que formaba parte de la fiesta de Pascua y que se celebraba juntamente con ella, a saber, la fiesta de panes sin levadura. La levadura representa el pecado en la Biblia. Los israelitas tenían que comer la carne del cordero acompañada con panes sin levadura. No hay levadura; el pecado esta fuera. ¡Esto es más que confesar el pecado; es estar libre de él! Es el resultado de la obra de la Cruz: “Nos dio vida juntamente con él, perdonando todos los pecados” (Col. 2:13). El pecado ya no se enseñorea de nosotros. “Él apareció para quitar nuestros pecados” (1 Juan 3:5). “Todo aquel que es nacido de Dios no practica el pecado” (1 Juan 3:9).
Y en último lugar, la Pascua celebra la liberación: la liberación del poder del pecado y de la esclavitud y la muerte: “La ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:2). La liberación empieza cuando salimos de Egipto, del mundo y de la vida mundana, y emprendemos el viaje hasta la Tierra Prometida de verdad, nuestro lugar celestial. El final de la liberación es cruzar el río Jordán, es decir, pasar por la muerte física, y entrar en las mansiones celestiales que Cristo ha preparado para nosotros: “Voy a prepara lugar para vosotros… Vendré otra vez y os tomaré a mí mismo” (Jn. 14:2, 3). Aquí tenemos la segunda venida y la vida eterna.
Cristo es nuestro Cordero Pascual. En Él van incluido todas las bendiciones mencionados. Él es nuestro Sustituto, nuestra vida, y nuestra esperanza de vida eterna. Gracias a Dios por esta fiesta hermosa que lo celebra todo. ¡Celébralo tú!