LA ECONOMÍA JUSTA

“La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo” (Lev. 25:23).

            Seguimos maravillándonos de la justicia de la ley de Dios. Cuánto más injusticia vemos en el país donde vivimos, más apreciamos las leyes que gobernaban Israel, y la justicia de nuestro Dios reflejada en ellas. Este capítulo versa sobre la administración de la tierra y la provisión y protección de los pobres.

            El tema del libro de Levítico es cómo vivir una vida santa en términos prácticos. Una parte integral de esta santidad es el uso de la tierra. Ésta no pertenecía a los israelitas, sino a Dios. Ellos eran sus huéspedes y vivían de su bondad y generosidad, pero tenían que cuidar la tierra según sus normas si pensaban permanecer en ella. Cada séptimo año la tierra tenía que descansar, reposar, ¡igual que las personas! Ella misma se beneficiaba de este año de reposo para no agotar sus recursos naturales y poder reponerse. Evitaría la acumulación de alcalinos, sodio y calcio en la tierra.

            Esto significaba que el sexto año la tierra tenía que producir lo suficiente para cubrir sus necesidades hasta la cosecha del octavo año. El granjero no podría labrar sus tierras. No podía sembrar, cosechar, podar o limpiar la tierra. Tenía que vivir por fe en que Dios proveería para él porque él le estaba obedeciendo. Tenía que reconocer su total dependencia de Dios y confiar exclusivamente en Él, ya que no podía hacer nada para abastecer sus necesidades. ¡Qué lección para nosotros! No voy a depender de mis esfuerzos. Voy a obedecer a Dios y depender solamente de Él, ¡aunque parece que voy a morir de hambre!  La promesa de Dios era: “Entonces yo enviaré mi bendición el sexto año, y ella hará que haya fruto por tres años. Y sembraréis en año octavo, y comeréis del fruto añejo; hasta el año noveno, hasta que venga su fruto, comeréis del añejo” (Lev. 25:21, 22).

Esta lección ya tenían que haber aprendido en el desierto cuando tenían que recoger el maná todos los días y más el sexto para descansar el séptimo: “He aquí yo os haré llover pan del cielo; y el pueblo saldrá, y recogerá diariamente la porción de un día, para que yo lo pruebe si anda en mi ley, o no. Mas el sexto día prepararán para guardar el doble de lo que suelen recoger cada día” (Éxodo 16: 4, 5). Así hicieron, ¡y no murieron de hambre! Aprendieron a descansar confiados en Dios el séptimo día.

            ¡Qué lejos estamos de vivir confiando en Dios por lo material. Un comentarista dice aptamente: “Hemos cambiado el lenguaje para mitigar la culpabilidad que sentimos en nuestro estilo de vida consumista. A la codicia la llamamos ambición. Al hecho de acumular lo llamamos prudencia. A la avaricia la llamamos industria. Y me pregunto, ¿cómo lo pasaríamos si el Señor nos dejara que nos tomáramos un año sabático como disciplina regular espiritual para librarnos de nuestra dependencia en las cosas materiales?”. 

Como dice el viejo himno: “Confiar y obedecer, porque no hay otra manera para estar feliz en Jesús”. Solamente podemos responder con total sinceridad: “Oh Padre, cuánto necesito aprender a vivir de tu mano, confiando en tu provisión, obediente a tu Palabra, descansando en tu bondad, esperando en ti. Amén”.