“¿Nos sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad” (1 Cor. 5:6-8).
Como hemos estudiado las fiestas de Israel del Antiguo Testamento, podemos comprender las referencias a ellas en el Nuevo. Pablo está usando el simbolismo de la Pascua para enseñar a los corintios cómo tienen que actuar en un caso concreto de la disciplina en la iglesia.
Recordemos que se celebraba la fiesta de la Pascua y el día siguiente la fiesta de los panes sin levadura (Lev. 23:5, 6). Aplicando esto a la situación de la iglesia, el apóstol dice que puesto que el Cordero, quien es Cristo, ha sido sacrificado, el próximo paso es quitar la levadura (el pecado) de en medio de la iglesia. En este caso es un miembro de la congregación que está viviendo en pecado. Su argumento es que un poco de levadura leuda toda la masa. En otras palabras, el pecado de un miembro de la congregación contamina toda la iglesia.
Sigue siendo cierto en el Siglo XXI. Cuando una persona está manchando el testimonio de la iglesia, tiene que ser expulsada. Si no, ¡toda la congregación está culpable delante de Dios por su pecado! Y se retira la presencia de Dios de en medio de la asamblea, porque Dios solo puede morar en santidad. La disciplina en la iglesia es cosa seria. El pecado funciona como la levadura: penetra y afecta todo.
El argumento de algunos es que, puesto que Cristo ha muerto por nosotros y creemos en Él y somos salvos y, como no se puede perder la salvación, el pecado tiene relativa importancia. El argumento del apóstol es justo el contrario: puesto que Cristo ha muerto por nosotros, tenemos que quitar el pecado de en medio, tanto individual como colectivamente, como congregaciones. ¿Qué es lo que tenemos que quitar? “Malicia y maldad”. Esta es la levadura que estropea la iglesia y a nuestras vidas. Toda malicia y maldad, fuera. ¿Un cristiano puede tener malicia y maldad en su carácter? Sí. Nuestro corazón es corrupto: “Del corazón salen los malos pensamientos los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios… Estas cosas son las que contaminan al hombre” (Mat. 15:19, 20). El profeta dijo: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17:9). Cuando el creyente descubre maldad en su corazón, la quita. Si su carácter es malo, lo cambia. Nunca se justifica o culpa a otros. Es drástica consigo mismo y lo erradica.
¿Cómo tenemos que ser? Sinceros y veraces (v. 8), personas sin engaño escondido, ni en nuestras motivaciones, ni en nuestra forma de pensar y actuar. Esto significa afrontar la verdad y vivir en ella, no ser embusteros, falsos, manipuladores, torcidos o hipócritas, sino auténticos. Cuando descubrimos estas cosas feas, fuera. Así podemos celebrar la fiesta con “panes sin levadura, de sinceridad y de verdad”. Esta es la forma de celebrar a Cristo.