EL ENTIERRO CRISTIANO

“Amados ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” (1 Juan 3:2, 3).

            Un entierro cristiano, aunque triste, es un evento lleno de esperanza. Tenemos la esperanza del reencuentro con el ser amado que nos ha dejado. Tenemos la esperanza de verle con un cuerpo nuevo, glorioso, como el del Señor Jesús: “No todos dormiremos, pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos a la final trompeta; y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Cor. 15:51, 52). “El cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya” (Fil. 3:21). Volveremos a ver a nuestro ser amado con un cuerpo cambiado, sanado, rejuvenecido y glorificado. También tenemos la esperanza de verle trasformado de carácter, perfeccionado: “Nos ha dado preciosas y grandísimas promesas para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina” (2 Ped. 1:4). No habrá pecado en el cielo. Todo lo que era pecaminoso de su carácter será erradicado.

            Normalmente en un entierro se oyen elogios sobre la persona que nos ha dejado. ¡De repente esta persona es la más maravillosa que jamás ha vivido! Sacan a relucir todas sus virtudes: era fiel en su asistencia a la iglesia, amaba a los hermanos, servía con fidelidad, y más cosas. Era amable, entregada al Señor, una madre cariñosa y hermana simpática. Salimos del entierro pensando que esta persona era realmente ejemplar. Pero los más allegados saben que tenía otras cosas que no fueron mencionadas, porque la persona estaba hecho de carne y hueso, como todos. Posiblemente asistieron al culto fúnebre con emociones muy mixtas. Saben que no era perfecta. Aquí es donde entra la esperanza cristiana de la transformación interior.

Los teólogos hablen de atributos transferibles e intransferibles de Dios. “Seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es”; seremos “participes de la naturaleza divina”. Se refiere a los atributos transferibles de Dios. De la misma manera que el cuerpo es sembrado en debilidad y resucitado en fuerza, el carácter es sembrado con sus defectos y resucitado perfeccionado. Si era negativa, o quejosa, ¡resucitará gozosa, nueva! ¡Será transformada! Estas cosas que nos molestaban ya no estarán. No será la misma, difícil de soportar, controladora o chismosa, sino ¡humilde, servicial y amable! ¡Qué cambio! Lo que estamos esperando es una transformación de su manera de ser con lo malo eliminado y lo bueno glorificado. ¡Tenemos una esperanza maravillosa! Vamos a poder tener verdadera comunión con ella sin escollos ocasionados por el pecado. Estamos esperando una nueva persona, semejante al Señor.

No seremos todos iguales, como clones del Señor, sino todos diferentes, como las variedades de rosas, todas perfectas. Conservaremos lo que es intrínsecamente nuestro, pero perfeccionado. ¡Casi no lo podemos imaginar! La persona débil y dudosa resucitará fuerte y confiada. Estamos esperando una obra magna de parte del Señor en la transformación del cuerpo y del interior de la persona que se nos ha ido, para reunirnos con ella sin nada que pueda causar ofensa o separación. ¡Será para la alabanza del poder creador y transformador de Dios para toda la eternidad!