DOMINGO DE RESURRECCIÓN

“y fueron ambos juntos” (Gen. 22:6).

            En el libro de Levítico leemos acerca de muchos animales sacrificados, pero ninguno resucitó. Sabemos del Antiguo Testamento que Cristo tenía que ser sacrificado, pero ¿dónde dice que iba a resucitar? Para ello tenemos que regresar al libro de Génesis, a la historia del sacrificio de Isaac. Dios le había dicho a Abraham: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí in holocausto sobre uno de los montes que yo te diré” (Gen 22. 2). Lo que sale en esta historia que no se ve en los sacrificios que prefiguran el sacrificio de Cristo es la relación entrañable entre Padre e Hijo y el papel que jugaba en el Calvario. Abraham amaba a su hijo con toda su alma como solo se puede amar a un hijo obediente. Padre e hijo emprendieron el viaje al Monte Moriah y “el tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos” (v. 4). Abraham tuvo la fe que Isaac iba a resucitar y que los dos volverían juntos, y así lo dijo a los criados. Puso la leña del holocausto sobre los hombros de su amado hijo, como Cristo cargo con la cruz donde iba a morir. “Él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron juntos” (v. 6). Abraham llevaba el cuchillo que pensaba emplear para degollar a su hijo e iba caminando con él. Los dos siempre habían caminado juntos, el uno con el otro, unidos en un amor entrañable, el padre y el hijo, como el otro Padre e Hijo, desde los días de la eternidad. El Padre no había negado nada al Hijo y el Hijo no quiso nada salvo la voluntad del Padre. ¿Cómo no iba a amar a un Hijo dispuesto a todo por amor al Él?

            Isaac le preguntó a su padre: “He aquí el fuego y la leña, mas ¿dónde está el cordero para el holocausto?” (v. 7). Y respondió Abraham proféticamente: “Dios se proveerá de cordero”. Sí. “E iban juntos” (v. 8), juntos al lugar donde el padre iba a hacer lo impensable, porque Dios se lo había pedido, y amaba a Dios y le temía. Más impensable que sacrificar a su hijo fue desobedecer a Dios.

            Abraham obedeció por fe, porque la fe sin obediencia es incredulidad, y construyó un altar, piedra por piedra, y “compuso la leña, y ató a Isaac su hijo” (v. 9). Ya sabemos que fue su hijo, ¿por qué lo repite tantas veces? Selah. En palabras de Dios era “su hijo, su único hijo, a quien amaba”. Si el hijo no hubiese colaborado, su padre nunca podría haberlo atado. Era joven y fuerte y Abraham entrado en años. Isaac podría haber escapado si hubiese querido, pero se sometió a la voluntad de su padre. ¡Qué fe no habría tenido Isaac en lo que le había dicho su padre! Abraham lo puso en el altar y con él todas sus esperanzas de generaciones futuras del cumplimiento de las promesas que Dios le había dado. Alzó la mano para degollar a su hijo cuando Dios le paró: “Y dijo: No extiendas tu mano sobre el machaco, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único” (v. 12).

            “Por la fe Abraham, cuando fue probado, ofreció a Isaac; y el que había recibido las promesas ofrecía su unigénito,…pensando que Dios es poderoso para levantar aun de entre los muertos, de donde, en sentido figurado, también le volvió a recibir” (Heb. 11:17-19). Aquí tenemos la resurrección en el Antiguo Testamento y una sombra de lo que costó al Padre ofrecer a su Hijo, su único Hijo, a quién amaba, a quien lo recibió de nuevo mediante la resurrección.