“Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (Lev. 19:2).
En este capítulo vienen muchas leyes sueltas que enseñan mucho acerca de lo que es una sociedad justa: “Cada uno temerá a su madre y a su padre; y mis días de reposo guardaréis. Yo Jehová vuestro Dios” (v. 3). Parece que estas dos leyes no tienen nada que ver la una con la otra, pero en la mente de Dios van unidas. El respeto para los padres es parte del respeto a Dios. Hay mucha relación entre ambas cosas. Uno deja el trabajo para dar espacio a la relación con Dios. Las dos relaciones, la con los padres y la con Dios, forman el fundamento de una vida de santidad.
Las dos leyes siguientes tienen que ver con la comida, primero la comida que uno come en la presencia de Dios como parte del culto, y la segunda sobre dar comida a los pobres: “Y cuando ofrecieres sacrificio de ofrende de paz a Jehová…” (vs. 5-8). “Cuando siegues la mies de tu tierra, no segarás hasta el último rincón de ella, ni espigarás tu tierra segada… para el pobre y para el extranjero lo dejarás” (vs. 9, 10). Tú comes y el pobre come. En la Biblia comer es un acto que se realiza en comunión con Dios. La gratitud a Dios por su provisión, y el disfrute de sus beneficios tienen que ver con la espiritualidad. Se comía de lo sacrificado en su presencia (según la clase de sacrificio). Los terratenientes tenían que dejar un poco de grano sin cosechar para que los pobres repasasen el campo para buscar lo necesario para su sostenimiento. Esto es muy sabio de parte del Señor. Los pobres no recibían la comida hecha y puesta en su plato; tenían que ir a trabajar para buscarlo y luego molerlo, y hacer el pan. Esto dignifica el pobre. Ocupa su tiempo. Y provee para él.
Ahora viene una ley que tiene que ver con los minusválidos: “No maldecirás al sordo, y delante del ciego no pondrás tropiezo, sino que tendrás temor de tu Dios. Yo Jehová” (v. 14). Dios no quiere que se burle, o que se menosprecie a los sordos o a los ciegos. Aunque el sordo no oiga la maldición, el Señor sí. Él ve el tropiezo que has puesto delante del ciego. Esto levanta la ira del Dios compasivo. La persona que disfruta a expensas de otros no tiene temor a Dios. No sabe que será juzgado por lo que hace. Cuando pensamos en cómo han sido tratados los minusválidos y los débiles a lo largo de la historia, en cómo han sido marginados y maltratados, desde los exterminios en la Alemania Nazi, hasta el aborto en nuestros días, nos damos cuenta de que nuestra sociedad ha acumulado mucha ira de parte de Dios.
Luego vienen leyes sueltas que haríamos bien en tomar nota de ellas. Honestidad: “No engañaréis, ni mentiréis el uno al otro” (v. 11). Justicia laboral: “No retendrás el salario del jornalero” (v. 14). No a la discriminación: “No harás injusticia en el juicio, ni favoreciendo al pobre ni complaciendo al grande; con justicia juzgarás a tu prójimo” (v. 15). Respeto: “No andarás chismeando” (v. 16). Diálogo: “No aborrecerás a tu hermano en tu corazón: razonarás con tu prójimo, para que no participes de su pecado” (v. 17). Perdón y amor: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo Jehová” (v. 18). “No te hagas cortes en el cuerpo por los muertos ni te hagas tatuajes en la piel. Yo soy el Señor” (v. 28, NTV). El Señor quiere justicia en la sociedad, buenas relaciones con el prójimo, y que no profanemos nuestros cuerpos, ahora sus templos.