“La ley de Jehová es perfecta, que convierta el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio el sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos” (Salmo19:7).
Bendito el pueblo que tiene una ley justa, perfecta y sabia que, a la vez, instruye, corrige y hace sabia a su gente. La ley de Dios enseña lo que está mal y castiga al ofensor justamente. El creyente viene advertido de las consecuencias de sus actos y teme desobedecer la ley, porque no quiere sufrir las penalidades. Sirve para disuadir. Hoy día el criminal grave sabe que el castigo por romper la ley será pocos años en una cárcel que parece más bien un hotel y luego estará puesto en libertad para seguir cometiendo crímenes. No se sabe lo que está bien y lo que está mal. La ley nuestra no sirve para hacer más justa la sociedad. La ley de Dios tiene este principio: “Santificaos, pues, y sed santos, porque yo Jehová soy vuestro Dios. Y guardad mis estatutos, y ponedlos por obra. Yo Jehová que os santifico” (Lev. 20:8).
Dios no tolera otras religiones. Esto choca frontalmente con la mentalidad de nuestros tiempos. No son iguales todas las religiones y las personas no tienen el derecho de practicar su religión si incluye barbaridades. Fijaos: “Dirás (dice Dios) asimismo a los hijos de Israel: Cualquier varón de los hijos de Israel, o de los extranjeros que moran en Israel, que ofreciese alguno de sus hijos a Moloc (para quemarle en ofrenda), de seguro morirá” (v. 2). Esta es justicia: mata a su hijo, él será matado. Y si no es llevado a cabo el castigo, Dios castigará a los que toleran la aberración (v. 4, 5).
“Todo hombre que maldijere a su padre o a su madre, de cierto morirá… su sangre será sobre él” (v. 9). ¡No hubo problemas de delincuencia! Ningún hijo faltaba a sus padres. ¡Con llevar a cabo esta sentencia una sola vez, los demás jóvenes tomarían nota y no habría ninguna necesidad de hacerlo una segunda vez! ¡Si esto se practicase en nuestra sociedad, tendríamos una juventud ejemplar!
“Si un hombre cometiere adulterio con la mujer de su prójimo, el adúltero y la adúltera indefectiblemente serán muertos” (v. 10). ¡Esto acabaría con el adulterio de una vez! La misma sentencia está preparada para el hombre que tiene relaciones sexuales con la esposa de su padre o con su nuera (v. 11, 12). “Si alguno se ayuntare con varón como con mujer, abominación hicieron; ambos han de ser muertos; sobre ellos será su sangre” (v. 13). Hay pena de muerte para el que tiene relaciones homosexuales y también para el que tiene sexo con un animal, o practica el espiritismo (v. 15, 27).
“Y no andéis en las prácticas de las naciones que yo echaré de delante de vosotros; porque ellos hicieron todas estas cosas, y los tuve en abominación. Habéis de serme santos porque yo Jehová soy santo, y os he apartado de los pueblos para que seáis míos” (v. 23, 26). La santidad consiste en no ser como la gente de nuestra sociedad, sino apartados para Dios, para ser suyo.