“… Jesucristo, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe” (Fil 3:8, 9).
Pablo ha ganado a Cristo y todavía le está ganando, porque siempre hay más, y porque siempre existe la posibilidad de volver a la basura y sustituirla por Cristo.
Pablo ha renunciado a su propia justicia que se adquiere por el cumplimiento de la ley, y la ha cambiado por la justicia que Cristo ganó por él por Su cumplimiento perfecto de la ley. Ahora, Pablo es seguidor de Cristo, pero ¡esto no quiere decir que va a romper la ley porque la justicia no viene por medio de ella! La ley sigue siendo buena y vigente, no como medio de nuestra justificación, sino como norma de vida para la persona ya justificada. ¡Sería absurdo pensar que, ya que no estamos bajo la ley sino bajo la gracia, podemos robar, matar y cometer adulterio! La diferencia con respecto al Antiguo Testamento es que ahora tengo al Espíritu Santo para ayudarme a cumplir la ley. Pablo antes puso su esperanza de salvación en su cumplimiento de la ley. Ahora la tiene puesta únicamente en Cristo quien cumplió la ley y también fue el Cordero sacrificado por nuestro incumplimiento de la ley. Cumplió en el Calvario todos los prototipos de sacrificios prefigurados en el libro de Levítico. Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Normalmente, los evangélicos no intentamos establecer nuestra justicia por el cumplimiento de la ley, pero los hay que inconscientemente intentan ganarla por medio del servicio cristiano. Se hacen pastores, misioneros, obreros cristianos, o sirven en la iglesia en muchas actividades, siempre intentando llenar el cupo, ganar méritos, no para salvarse, sino para hacerse aceptable delante de Dios. Están impulsados por un deseo insaciable de agradar a Dios por medio de su ministerio, o su dedicación. Quieren mostrar a Dios su utilidad, o quieren ganar su aprobación y amor por medio de su servicio o sus obras. La única forma de ganar esta aprobación es estando en Cristo, no teniendo nuestra propia justicia que es por la ley o por el servicio, sino por Su mérito. Es estar tan escondido en Cristo que Dios solo le ve a Él, no a nosotros. En Él está todo su deleite. Cuanto más identificados estamos con Cristo, cuanto más escondidos en Él, más le verá a Él cuando mire a nosotros, y más contentamiento produciremos en su corazón.
Luego los hay que no intentan establecer su propia justicia, ni por la ley, ni por el servicio cristiano; sencillamente no hacen nada. Nada. No sirven. No usan sus dones. No están comprometidos; no ayudan a nadie. Apenas asistan a los cultos. Piensan que, puesto que la justicia es por la fe, no hace falta que hagan nada. Esto es no haber entendido el evangelio. Es: “ultrajar al Espíritu de gracia” (Heb. 10:29). “Procura con diligencia presentarte a Dios aprobado, como obrero que no tiene de qué avergonzarse, que usa bien la palabra de verdad” (2 Tim. 2:15). O cómo testificó Pablo: “Prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fui también asido por Cristo Jesús… Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todo los que somos perfectos, esto mismo sintamos” (Fil 3:12-15). La justicia es por la fe y la fe realiza obras de justicia. ¡Adelante, pues, hermanos!