LO QUE ME COSTÓ

“Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo” (Fil. 3:8).

            A Pablo le costó mucho dejar el judaísmo para seguir a Cristo. Le costó sacrificar el orgullo que tuvo al nacer de una familia ortodoxa de pura cepa, de padres piadosos que le criaron desde la infancia según los ritos más estrictos del judaísmo, del prestigio de ser de la tribu de Benjamín, y de ser fariseo, de la secta más pura del judaísmo, de su cumplimiento de la ley. Siendo fariseo había ganado una reputación de renombre por su dedicación y celo por la religión; fue admirado y respetado, una persona muy importante dentro de su país y sus círculos. El día de su conversión fue abrumador para él, al darse cuenta de la enormidad de su error, fue un día de quebrantamiento y humillación delante de Jesús, a quien había despreciado, para darse cuenta allí, postrado en el polvo del camino a Damasco, que Él era su Señor y su Dios y que él estaba destruyendo lo que pretendía edificar, la fe en el único Dios verdadero.

            Es tremendo cuando llegamos a este punto en nuestra vida y Dios nos revela lo equivocados que somos, tozudos e ignorantes, haciendo la obra de Dios a nuestra manera, estropeando aquello que pretendemos construir. Al darse cuenta de la verdad, Pablo renunció todo cuanto había ganado en el judaísmo: su orgullo familiar, prestigio, reputación, posición de honor, satisfacción en sus logros, la admiración de sus colegas; todo lo tuvo que renunciar para ir con Jesús. Y lo hizo porque había descubierto lo que realmente buscaba sin saberlo, a Jesús, el verdadero hebreo de hebreos, del linaje de Israel, de la tribu de Judá, en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible (v. 5, 6), y en cuanto a celo, el del cual fue profetizado: “me consumió el celo de tu casa” (Sal. 69:9). Le superaba infinitamente en todo, y tuvo que caer a sus pies como muerto, y de buena gana lo dejó todo por amor a Él, porque Pablo, más que nadie, podía comprender lo que le costó a Jesús ser fiel a Dios, y le admiraba, le amaba y quería ser su discípulo, “a fin de conocerle” (v. 10), a este Jesús tan extraordinario y digno de ser emulado. 

            ¿Qué es lo que te costó a ti ser de Jesús? Puede ser que al principio nada, si has venido de familia cristiana, pero después mucho, y con el paso del tiempo, cada vez más. Si has venido de una familia no cristiana puede ser que te has sentido fuera, como una extraña en tu casa, separada de la familia y de los amigos del mundo. No tenías muchas cosas en común con tus compañeros de estudio o de trabajo. No te gustan sus diversiones, su lenguaje, sus temas de conversación o su estilo de vida. Puedes sentirte rara, y sufrir la soledad. Para un adolescente el precio es alto. Si ya estabas casada cuando te convertiste, puede ser que el precio fue el desprecio o aun el rechazo. Lo de sentir “fuera” es parte del coste: “Por lo cual también Jesús, para santificar al pueblo mediante su propia sangre, padeció fuera de la puerta, salgamos, pues, a él, fuera del campamento, llevando su vituperio” (Heb. 13:12, 13). El precio que pagamos es grande, pero la ganancia es tanto que parece que no hemos sacrificado nada, porque lo que hemos ganado es a Cristo, lo más grande que se puede ganar. ¡Vale infinitamente más que el universo, y le tenemos a Él! ¡No hemos perdido nada!