LA SANTIDAD

“Guardad, pues, mis mandamientos, y cumplidlos. Yo Jehová. Y no profanéis mi santo nombre, para que yo sea santifico en medio de los hijos de Israel. Yo Jehová que os santifico. Que os saqué de la tierra de Egipto, para ser vuestro Dios. Yo Jehová” (Lev. 22:31-33).

            Viviendo una vida santa es la forma de santificar el nombre de Dios. Esta es una vida que guarda y cumple los mandamientos de Dios, que hace lo que Él tiene estipulado acerca de cómo hemos de vivir. De otra manera, profanamos su nombre y le deshonramos. Él nos ha sacado del mundo y nos ha apartado para sí mismo, nos ha santificado para que seamos su pueblo y Él sea nuestro Dios. “Guardad, pues, todos mis estatutos y todas mis ordenanzas; y ponedlos por obra. Yo Jehová” (Lev. 19:37). Así es cómo se vive santamente y cómo santificamos su nombre.

            ¿Qué significa ser santo? No significa ser santurrón, o vivir en una torre de marfil, o un monasterio. No tenemos que ser Santa Teresa de Ávila o San Juan de la Cruz. No es ser místico, o vivir con la cabeza en las nubes. Tampoco es aparentar en los cultos, fardar de una súper-espiritualidad, o hacer oraciones espectaculares en la iglesia. No es participar en todos los ministerios que podamos y agotarnos con actividades religiosas para convencernos a nosotros mismos de que somos buena gente y así ganar el favor de Dios.

            La santidad es pureza y justicia. Es estar sin pecado y sin contaminación. Consiste en no romper ninguno de los mandamientos de Dios y en cumplir todas sus ordenanzas. Es obediencia perfecta a su santa Ley. Puesto que el Nuevo Testamento enseña que sin la santidad nadie verá a Dios (Heb. 12:14), ¡todos deberíamos empaparnos del libro de Levístico! para saber lo que Dios considera santo.

Ser santo es vivir como Jesús vivía, y Él vivía cumpliendo el espíritu de la Ley. “El que dice que permanece en Él, debe andar como Él anduvo” (1 Juan 2:6). Levítico es el libro de la santidad, sale vez tras vez en toda la enseñanza. Y la santidad aquí plasmada es una cosa muy práctica que tiene que ver con la vida cotidiana. Es no defraudar en el negocio (Lev. 19:13, 35); guardarse del pecado sexual (Lev. 18:6-23); es darle a Dios lo que le corresponde (Lev. 19:23-25); en una palabra, es amar al prójimo como te amas a ti mismo (Lev. 19:18). Así era Jesús. Andaba haciendo el bien.

La santidad es separación del mundo. “Guardad, pues, mi ordenanza, no haciendo las costumbres abominables que practicaron (los paganos que habitaron en Canaán) antes de vosotros, y no os contaminéis en ellas. Yo Jehová” (Lev. 18:30). En lenguaje del nuevo Testamento esto significa separarnos del mundo: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si uno ama al mundo el amor del Padre no está en él” (1Juan 2:15). ¿Cuáles son las costumbres del mundo ahora? Ser santo es ser diferente.

En Cristo somos santos, apartados para Dios, limpios y puros: “Porque con una sola ofrenda (Jesús) hizo perfectos para siempre a los santificados” (Heb. 10:14). En el original reza: “a los que están siendo santificados”. Somos santos (jurídicamente) si vamos siendo santificados en la práctica. “Estar siendo santificados” requiere nuestra colaboración con la obra del Espíritu Santo en obediencia a la Palabra día tras día.