“Para que (la ofrenda) sea aceptada, ofrecerás macho sin defecto de entre el ganado vacuno, de entre los corderos, o de entre las cabras. Ninguna cosa en que haya defecto ofreceréis, porque no será acepto por vosotros… para que sea acepto, será sin defecto” (Lev. 22: 19-21).
El animal ofrecido a Dios en sacrificio tenía que ser perfecto. Aquí tenemos una larga lista de defectos posibles que descalificaban un animal como ofrenda. ¿Qué posible interés podría tener para nosotros esta información? Mucho. Dios ofreció el Sacrificio perfecto según lo que Él mismo había estipulado en este pasaje de Levítico 22:17-25, a saber, su perfecto Hijo. Tal como el animal ofrecido tenía que ser físicamente perfecto, Jesús tuvo que ser moralmente perfecto, es decir, tenía que ser perfecto según el concepto de perfección aquí reflejado en el libro de Levítico, y lo fue. Fue hermoso en su perfección, puro, blanco, sin tacha, sin defecto alguno, joven y lleno de salud y vida, perfecto en su cumplimiento de la ley. Vamos a examinarlo:
· Fue cuidadoso en obedecer las leyes de Dios y cumplir sus decretos (Lev. 18:1. No se manchó con ningún pecado sexual (Lev. 18:6-30).
· Fue santo como su Padre lo es, apartado de pecadores, extendiéndose hacia ellos, sin ser contaminado por sus vidas, hasta el día en que llevó sus pecados en su cuerpo en la Cruz (Lev. 19:2).
· Honraba su padre y madre, a María y José, y se sujetó a ellos, y honró a su Padre que está en los cielos (Lev.19:3). No buscó su propia gloria, sino la gloria de su Padre. Solo hacía lo que le complacía al Padre. Le obedeció hasta la muerte de Cruz. Confió en Él aun cuando le estaban crucificando. Incluso, muriendo, encomendó su espíritu en Sus manos con perfecta confianza.
· Guardó el día de reposo, no según la tradición de los ancianos, sino según el espíritu de la ley que es misericordia (Lev. 19:3).
· Daba para atender a las necesidades de los pobres (Lev. 19:9-10).
· No robaba, sino enriquecía; no mentía, sino hablaba la verdad, como nadie la ha hablado; no engañaba, sino abría las cosas a la luz de Dios (Lev. 19:11).
· No profanó el nombre de Dios, sino que lo santificaba. Todo lo que hacía daba gloria a Dios (Lev. 19:12).
· No defraudaba ni robaba a su prójimo, sino que los enriquecía (Lev. 19:13).
· No maldijo a los sordos o ciegos, sino que los sanaba (Lev. 19:14).
· No mostraba parcialidad a ricos o a pobres, ni pervirtió la justicia (Lev. 19:15).
· No iba cotilleando, o criticando; confrontaba a los ofensores con la verdad. No puso en peligro la vida del prójimo, sino que la salvaba (Lev. 19:16).
· No odiaba a su hermano en su corazón, todo lo contrario, nadie ha amado como Él amaba. Razonaba con los equivocados para corregirlos (Lev. 19:17).
· No se vengaba, sino amaba a su prójimo como a sí mismo. Dejaba la venganza en manos de Dios (Lev. 19:18).
Y así con todo la ley de Dios; lo podemos ir comprobando. La cumplió a la perfección. Vivió una vida perfecta según la medida de Dios, hermosa, intachable, y así el Padre pudo ofrecerle como su Cordero perfecto para quitar el pecado del mundo.