“Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mat. 5:20). “Así conviene que cumplamos toda justicia” (Mat. 3:15).
Es necesaria cumplir toda justicia, la que viene por cumplir la ley, ¡y más! La ley no salva, ¡pero no por eso tenemos licencia para romperla! Pablo dijo: “La ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno” (Romanos 7:12). Las leyes que tratan las diferentes clases de sacrificios se cumplieron en Cristo y ya no son vigentes, pero la ley moral, sí que lo es. Sigue siendo prohibido codiciar, odiar el hermano en el corazón, adulterar, mentir y calumniar.
Cuando el joven rico preguntó a Jesús que tenía que hacer para heredar la vida eterna, el Señor le preguntó si había cumplido la ley (Lu. 18:20), y él contestó que sí, pero luego el Señor le hizo ver que no, porque no amaba al prójimo como a sí mismo (Lev. 19:18). No estaba dispuesto a dar lo que tenía a los pobres. Por la ley viene el conocimiento del pecado. Nadie cumple a la perfección la ley. Por eso, la salvación no puede venir por esta vía, ¡pero no por eso se deja de cumplir!
A menudo los fariseos acusaban a Jesús de no cumplir la ley, porque no la cumplió según su comprensión de la ley, porque ellos habían añadido a la ley, por un lado, y por otro, no comprendían que si hay conflicto entre la ley y el amor, había que optar por el amor. Jesús tocó a la niña muerta. La ley prohíbe tocar a los muertos (Num. 19:11), sin embargó, Jesús lo hizo: “Entró, y tomó de la mano a la niña, y ella se levantó” (Mat. 9:25). La ley prohíbe tocar a un leproso. Es inmundo (Lev. 13:45, 46), sin embargó Jesús tocó a leprosos (Mat. 8:3). La ley prohíbe trabajar en el sábado (Lev. 19:3), sin embargo Jesús sanó en el día de reposo (Mat 12. 1-13). Dijo: “Es lícito hacer el bien en los días de reposo” (Mat. 12:12), y chocó frontalmente con los fariseos.
En su testimonio Pablo explica que él fue justo según la ley: “en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible” (Fil. 3:6), sin embargo iba matando a cristianos creyendo que estaba sirviendo a Dios. No había comprendido la ley del amor (Lev. 19:18), ni su estado delante de Dios. La ley tiene sus limitaciones. No siembra el amor en el corazón. No hace justo. Hacía falta algo más alto que la ley. No llega a las motivaciones. La ley prohíbe el adulterio, pero no llega a la causa. Jesús descubre las limitaciones de la ley y enseña que hace falta más que cumplir la ley para ser justo. No adulterar no es suficiente: ni se puede mirar a una mujer con pensamientos deshonestos (Mat. 5 27, 28). La ley prohíbe matar; Jesús enseña que el homicidio empieza con el odio (Mat. 5:21, 22). “La ley mata, pero el Espíritu da vida”. Jesús no vino para abrogar la ley, sino para hacer posible que viviésemos según una ley más alta, la ley del Espíritu: “La justicia de la ley se cumple en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Rom. 8:4), porque la ley del Espíritu incluye la ley, pero va más lejos, llega al origen del pecado, transforma el corazón y da vida. ¡El Espíritu nos capacita para cumplirla con creces! Nos capacita a amar, que es el cumplimiento de la ley. Ya no matamos; amamos. No robamos; damos. El marido no adultera, pone su vida por la esposa. La ley, interpretada y modelada por Cristo, y llevado a cabo en el poder transformador del Espíritu Santo, es la vida cristiana.