“Como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo” (1 Ped. 1:15, 16).
Hemos inventado una religión que enseña que si aceptas a Cristo como tu Salvador, no importa lo que haces, irás a cielo. La Biblia en cambio dice: “Sed, pues, vosotros perfectos como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mat. 5:48). Y: “Seguid… la santidad, sin la cual nadie verá al Señor!” (Heb. 12:14). Y el apóstol Pedro cita el libro de Levítico cuando escribe: “Sed santos, porque yo soy santo” (Lev. 11:44, 45). El Nuevo Testamento exige la misma santidad que el Antiguo, pero con una diferencia importante: tenemos al Espíritu Santo para ayudarnos a cumplir con las demandas de Dios. Él es el Espíritu de la santidad, el que obra santidad en nosotros cuando seguimos sus directrices.
La santidad consiste en andar en la luz, como dice el apóstol Juan (1 Jn. 1:7). Es obedecer a Dios y su Palabra. Es vivir en amor los unos con los otros, es estar apartados del pecado. Es la única manera en que podemos estar en comunión con Dios. Odiamos el pecado. Estropea nuestra relación con Dios. Todo el libro de Levítico habla de cómo quitar el pecado con la finalidad de que podamos relacionarnos con un Dios santo. La clave es la sangre. Lo más importante de toda la Biblia es la Sangre, sin la cual no hay remisión de pecados, el Espíritu Santo no obra santidad en nosotros, y no veremos al Señor. Es vital que comprendamos este punto. Para tener comunión con Dios hemos de estar libre de pecado, tanto en el Nuevo Testamento como en el Antiguo.
Vamos a mirar a Levítico 4 que habla de cuatro clases de personas y la santidad en sus vidas. El primero es el sacerdote. “Si alguno peca inadvertidamente contra cualquiera de los mandamientos de Jehová sobre cosas que no se han de hacer, e infringe alguno de ellos, o si es el sacerdote ungido quien ha pecado en detrimento del pueblo, por el pecado cometido ofrecerá a Jehová como expiación un novillo sin defecto” (Lev. 4:1-3). Dios está hablando de pecar inadvertidamente. Esto es sin darnos cuenta, por yerro, por ignorancia. Todavía es culpable, de la misma manera que tú eres contagioso si llevas un virus sin saberlo. El pecado del sacerdote es en detrimento al pueblo, porque él los representa delante de Dios. Su pecado es especialmente importante. Trae consecuencias para toda la congregación. Tiene que ofrecer un becerro (toro, novillo) por su pecado, un animal grande, costoso, inocente y hermoso, porque su pecado es grave. Trae consecuencias importantes para la congregación.
Después Dios habla del pecado de la congregación. “Si por inadvertencia toda la asamblea de Israel peca, y el asunto está oculto ante la congregación, pero ha trasgredido alguno de los mandamientos de Jehová respeto a cosas que no se deben hacer, resultando así culpables…” (4:13-15). Aunque es sin saberlo, es igualmente grave, son culpables, y cuando se sepa, se tiene que ofrecer el mismo sacrificio que el sacerdote, un becerro. Luego habla de pecado del príncipe, o los gobernadores (Lev. 4:22). Él tiene que ofrecer una cabra, la misma ofrenda que tiene que presentar un individuo que peca (4: 27). Estas son las cuatro categorías. Lo más importante es el pecado de un sacerdote o de la congregación. Así es cómo lo ve Dios. El pecado es grave, aun si uno no se da cuenta, porque separa de su santa presencia. Hay que buscar el perdón.