LA COMUNIÓN CON DIOS (2)

“Cuando sea manifiesto el pecado con el cual pecaron, entonces los de la congregación presentarán un novillo en ofrenda por el pecado” (Lev. 4: 14).

            Los sacrificios nombrados en Levítico se ofrecen por el pecado que uno comete inadvertidamente. No se puede pecar adrede y luego venir y ofrecer un sacrificio por tu pecado para ser perdonado y volver a pecar. ¡Esto es burlarse de lo sagrado! Una madre hablando de su hija que había tenido un niño fuera del matrimonio se encogió de hombros y dijo: “¿Y qué? Solo tiene que pedir perdón a Dios, y Él le perdonará”. Esto es “ultrajar al Espíritu de gracia” (Heb. 10:29).

            El texto está hablando de a una persona/una congregación ha pecado sin saberlo. Dios dice: “Tan pronto como se le dé a conocer el pecado que cometió, presentará como ofrenda suya un macho cabrío sin defecto” (Lev. 4:23). ¿Cómo lo sabemos cuando hemos pecado por ignorancia? Esta pregunta es vital, porque aun así somos culpables delante de Dios y nuestra comunión con Él queda afectada. Cuando David pecó con Betsabé hizo falta la intervención del profeta Natán para que se diera cuenta de su situación delante de Dios. En nuestro caso tenemos al Espíritu Santo que nos lo hace saber. Perdemos la paz. Cuando notamos que no estamos bien por dentro, hemos de acudir a Dios y Él nos hará saber lo qué hemos hecho, pensado, o dicho que ha estorbado nuestra relación con Él (Salmo 139:23, 24). Entonces volvemos al Sacrificio por nuestros pecados, a Cristo ofrecido en la Cruz para la remisión de nuestros yerros, flaquezas, fallos; confesamos el pecado y recibimos el perdón. La promesa es: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de todo maldad” (1 Juan 1:9).

            El verdadero creyente no quiere pecar. Anda con mucho cuidado para no caer en pecado. El que vive como quiere, confiando en una decisión tomado años atrás, y descuida su relación con Dios, pone en tela de juicio si alguna vez le ha conocido. El que vive en el pecado no es convertido, por muy activo en la iglesia que sea: “Todo el que permanece en Él, no peca; todo el que continúa pecando, no lo ha visto ni lo ha conocido. Hijitos, nadie os engañe: El que practica la justicia es justo, como Él es justo, el que practica el pecado procede del diablo… Todo el que es nacido de Dios no practica el pecado” (1 Juan 3:6-9, BTX).

            El libro de Levítico está dedicado al tema de la comunión con Dios por medio del perdón de nuestro pecado. La persona perdonada se consagra al Señor para vivir una vida de comunión con Él. Esta consagración está representada por una ofrenda de harina: “Su ofrenda será de flor de harina; verterá aceite sobre ella, y le pondrá incienso encima… Ninguna ofrenda vegetal que ofrezcas ante Jehová será preparada con levadura” (Lev. 2:1, 11).  La flor de harina es la vida limpia, pura, el grano molido y presentado a Dios, ungido por el aceite del Espíritu Santo, sin pecado (levadura), olor grato a Dios, como el incienso que sube a su presencia, aroma de santidad, agradable al Señor. Esta es la persona que vive en la presencia de Dios, que busca la comunión con Él continuamente, que aborrece el pecado y lo confiesa en seguida que se da cuenta que ha pecado, porque su deleite está en Dios y en la íntima comunión con Él. Estos son los adoradores que Dios busca, y esta es la relación que la verdadera adoradora busca, la de una continua comunión con Dios.