“El fruto del Espíritu es en toda bondad, justicia y verdad, comprobando lo que es agradable al Señor. Y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas, sino más bien reprendedlas” (Ef. 5: 9-11).
La persona que es creyente no tiene nada que ver con la oscuridad. Hoy día hay todo un culto al morbo, a lo que es macabra, sádica, repulsivo, asqueroso y repugnante. Cuánto más lejos de Dios llega una sociedad, más degradante e inhumano se vuelve. Nos hemos acostumbrado a verlo en los suburbios: jóvenes con el pelo mal cortado, de extraños colores, rastras, tatuajes, piercings, cadenas, ropa fea, rota, negra, sucia, escritos horribles que decoran sus camisetas, dibujos diabólicos de esqueletos, caras distorsionadas, grotescas, chicas vestidas de chico que han perdido toda su femineidad y su belleza natural, y cosas parecidas. Todo eso tiene que ver con lo mismo, en menor o mayor grado.
Todo lo grotesco está relacionado con el reino de la muerte. El creyente no participa en ello. No ve películas de terror, tortura, matanzas crueles; no se recrea en la violencia, la sangre, lo torcido, lo que es macabro, vil, tétrico. No cuelga dibujos sádicos en los medios de comunicación. No se ríe de lo antinatural. No deja que sus hijos vean dibujos animados de violencia, terror y crueldad, ni a los animales, ni a las personas. Es todo un mundo repelente que no es compatible con el reino de la luz.
La vieja idolatría era realmente un culto a los demonios, con el sacrificio de los bebés, orgías, sexo desenfrenado, borracheras y la degradación del ser humano. Cualquier religión o gobierno que practica la tortura y matanza a lo bestia es satánico. Satanás es el rey del morbo, sangre y muerte. ¿Cómo vivía el endemoniado gadareno? Cortándose, fuera de sí, gritando, entre las tumbas y la muerte, encadenado.
¿Qué dice la Biblia? “No participéis en las obras infructuosas de la tinieblas, sino más bien reprendedlas”. No hablar de lo que hacen: “Vergonzoso es aun hablar de lo que ellos hacen en secreto” (v. 12). Arrojar luz sobre ellos. (v. 13). Dirigiéndose a las personas atrapadas en este estilo de vida, dice: “Despiértate, tú que duermes, y levántate de los muertos, y te alumbrará Cristo” (v. 14).
¿Cómo vive el que es hijo de la luz? Sabia e inteligentemente; no malgasta el tiempo: “Mirad, pues, con diligencia cómo andéis, no como necios sino como sabios aprovechando bien el tiempo, porque los días son malos” (v. 15, 16). Entiende y hace la voluntad de Dios: “No seáis insensatos, sino entendidos de cuál sea la voluntad del Señor” (v. 17). No se emborracha: “No os embriaguéis” (v. 18). Vive lleno del Espíritu Santo cantando y alabando al Señor: “Sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos… cantando y alabando al Señor” (v. 18, 19).
Qué contraste entre el culto a Satanás que deshumaniza, degrada y deprime y el culto a Dios que eleva y edifica a la persona, y exalta a Dios. Allí está el creyente, recreándose en su Señor.
Dijo el poeta: “Señor omnipotente, cuya palabra oyó la oscuridad y huyó, alumbras y disipas la oscuridad por donde quiera que Tu evangelio arroje su gloriosa luz”.