APLICANDO LEVÍTICO 19 A MI VIDA

“Habló Jehová a Moisés, diciendo: Habla a toda la congregación de los hijos de Israel, y diles: Santos seréis, porque santo soy yo Jehová vuestro Dios” (Lev. 19:2)

¡Mira qué bien! Soy salva por gracia. No tengo que cumplir la ley. Qué alivio. Obviamente cuando dice: “Y no rebuscarás tu viña, ni recogerás el fruto caído de tu viña; para el pobre y para el extranjero lo dejarás” (Lev. 19:9-10), estas instrucciones eran para los israelitas de la vieja dispensación. No tengo viña, por lo tanto, no tengo que dar a los pobres. Esto es el Antiguo Testamento. Dice: “No engañaréis, ni mentiréis” (v. 11), pero esto ya no va a por mí. Puedo chismear, porque cuando dice: “No andarás chismeando entre tu pueblo” (v. 16), esto no es para hoy. Tampoco tengo que hacer caso al versículo siguiente que dice: “No aborrecerás a tu hermano en tu corazón” (v. 17). ¡No sabes el daño que me ha hecho! El siguiente pone: “No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo” (v. 18). Yo no me vengo, pero no quiero verlo ni en pintura, y hablo todo lo malo que puedo contra él. Y la parte que habla de los extranjeros también era para Israel. Este texto se tiene que entender en su contexto. No es para hoy. Cuando dice: “Como un natural de vosotros tendréis al extranjero que more entre vosotros, y lo amarás como a ti mismo; porque extranjeros fuisteis en la tierra de Egipto. Yo Jehová” (v. 34), lo tengo que interpretar como un dato interesante de la historia de Israel, ¿verdad, Señor? ¿No es así?

Pero luego una pequeña voz dentro de mí insiste: “Ábreme tu corazón, y déjame hablar contigo”. Puedo ignorar la voz. Intento hacerlo. Me pongo a pensar en otra cosa, pero vuelve, esta vez, un poco más suave, pero todavía comprensible: “No, no vas bien. Yo quiero que vivas una vida justa, aunque ahora estás en la dispensación de la gracia. Quiero que aceptes estos mandamientos como mi perfecta voluntad para ti.”

Por fin dejo de resistir y me tranquilizo y digo: “Vale. Volveré a leer este capítulo como para mí. Me lo voy a aplicar a mí mismo. Veo que Dios quiere que honre a mis padres, que dé a los pobres, que no mienta, que no vaya chismorreando entre mi pueblo, que no aborrezca a mi hermano, que razone con él, que no me busque la venganza, ni criticando, ni evitándole, y que ame a los extranjeros como a mí misma, y que los comprenda, porque yo también fui extranjera en la tierra de Egipto. Ay, Señor, ¡qué difícil es cumplir tu ley! ¡Cuánto me cuesta!, pero la voy a poner por obra, porque tú quieres que sea justa, porque tú me has justificado para que sea justa. Cuánto pides en tu ley y cuánto tengo que cambiar para cumplirla, pero me presto a ello. Ayúdame, Señor, a no poner excusas para no cumplir tu voluntad, que está aquí tan claramente reflejada. Perdóname y ayúdame a poner por obra lo que tu palabra enseña en cuanto al comportamiento que te satisface a ti. Amén”.

No estoy bajo la ley, pero todavía tengo que cumplirla. La nueva dispensación no me da licencia para romperla. Me da el poder del Espíritu Santo para cumplirla. Dios todavía quiere hijos justos.