“Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor… a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte” (Fil 3: 8, 10).
¿Cómo llegamos a conocer a Jesús?
Pablo dice que renunció todo por el conocimiento de Cristo, porque había llegado a conocerle, allí en el camino de Damasco, pero luego dice que quiere conocerle. ¿Cómo se entiende esto? ¿No le conocía ya? Sí y no. Hay grados de conocimiento. En el camino de Damasco, Pablo le conoció como el Mesías, el Hijo de Dios, el Cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento, el Sacrificio aceptable por su pecado, el Justo, el resucitado de entre los muertos como primicias de una nueva raza, el Segundo Adán, su Señor y su Dios, sentado en Alta Gloria, pero aun faltaba conocerle como Persona, en un nivel vivencial, relacional, en las experiencias de la vida. Pablo no sabía lo que era convivir con Él, caminar con Él, tener comunión con Él en el día a día. Sabía Quién era, pero no tenía trato personal con Él. Esto es lo que le faltaba.
Entonces, ¿cómo se consigue este conocimiento personal? Pablo mismo nos da la respuesta en el versículo siguiente: “a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos, llegando a ser semejante a él en su muerte”. Para conocerle hemos de morir con Él, resucitar con Él, y experimentar y compartir su vida de resurrección, no solamente en doctrina, sino en la práctica. Tiene que haber un día cuando morimos a todo lo que somos en la carne, un día de renuncia como lo tuvo Pablo, cuando estimamos todos nuestros logros y todo lo que somos en la carne como basura y nos deshacemos de ellos. Luego está la experiencia de morir diariamente: “cada día muero” (1 Cor. 15:31). Nunca podemos conocer a Cristo si vivimos en nuestra carne, porque no podemos relacionarnos con Él en la carne. Chocamos. No hay relación posible. Si no morimos con Él, no podemos resucitar con Él.
Llegamos a conocerle participando en sus padecimientos. Esto quiere decir siendo consecuentes. Es imposible vivir en comunión con Cristo sin padecer, porque tenemos a un Amigo que la gente del mundo no quiere. Le rechazan. Le persiguen. Si tenemos sus valores y hablamos como Él, vamos a crear enemigos y vamos a sufrir. Pero en este sufrimiento llegamos a conocerle cada vez más. Aprendemos a vivir como Él y tenemos comunión con Él, teniendo experiencias semejantes a las suyas. Así le comprendemos. Y así disfrutamos de su compañerismo. Pablo en la cárcel vivió la experiencia de Jesús cuando Él fue prendido y pasó la noche como preso. Con falsos acusaciones, vivió lo de Cristo cuando fue acusado falsamente. Cuando sus amigos le abandonaron, experimentó lo de Cristo cuando pasó por el abandono de sus discípulos. Al ser azotado, comprendió lo que Cristo pasó. Al pasar hambre y sed comprendió a Cristo cuando pasó lo mismo. En los intentos contra su vida vivió lo mismo que su Señor. También experimentó la presencia de Cristo en estas experiencias. Fue real e íntima. Así llegaba a conocerle, un poco más con cada experiencia que vivió en comunión con Él. Y esta es la manera en que nosotros llegamos a conocerle, siendo consecuentes. Las experiencias vendrán por si solas; e iremos conociendo cada vez más al que ya conocemos.