VUELTA A LA ORACIÓN (2)

“Examinemos y escudriñemos nuestros caminos, y volvamos a Yahweh” (Lam. 3:40).

            El camino de vuelta a Dios comienza con la confesión de pecado. El profeta alza sus manos hacia Dios en los cielos, diciendo: “Nosotros hemos transgredido, pero Tú no has perdonado” (3:42). Claro que no, porque no se habían arrepentido. Dios no perdona automáticamente. Si no hay oración implorando perdón, seguimos estando bajo la ira de Dios: “Te cubriste con ira, nos perseguiste e hiciste morir sin compasión” (3:43). Así es. Dios no atendía a su oración: “Te cubriste con nubes para que no llegara a Ti la oración”. Y hemos sido despreciados por los pueblos de alrededor: “Nos has puesto como heces y basura en medio de las naciones” (3:5). ¡Qué mal testimonio damos cuando nos apartamos de Dios! Y cómo los desprecia el enemigo y aprovecha para hacernos más daño aún: “Todos nuestros enemigos ensanchan sus boca contra nosotros” (v. 46).

¿Qué hace el creyente en esta situación?  Llorar: “Mis ojos derraman ríos de agua por la transgresión de la hija de mi pueblo” (v. 48). Orar hasta que Dios nos mire con compasión: “Hasta que Yahweh mire y vea desde los cielos” (v. 50). No podemos quejarnos porque estamos siendo castigados justamente por nuestros pecados (v. 39), pero el enemigo está añadiendo a nuestro sufrimiento: “Como a un pájaro me ha dado caza, los que sin causa son mis enemigos” (v. 52). Orará sobre esto.

Es lo mismo que le pasó al Señor cuando se hizo pecado por nosotros y colgaba en la cruz bajo la ira de Dios: El enemigo aprovechaba de su estado indefenso para burlarse de Él. La reacción suya fue cumplir con: “Que dé la mejilla al que lo hiere y que se harte de afrentas” (3:30). Él se humilló. Dijo: “Las aguas cubrieron mi cabeza, y dije: ¡Muerto soy!” (3: 54). El Salmo 69 profetiza su sufrimiento bajo la ira de Dios: “Sálvame Elohim, porque las aguas han entrado hasta el alma… Pero yo elevo mi oración a Ti, oh Yahweh… sácame del lodo, y no dejes que me hunda… No escondas tu rostro de tu siervo, porque estoy en angustia, apresúrate a responderme… Tú conoces mi afrenta, mi confusión y mi oprobio, delante de Ti están todos mis adversarios. El oprobio ha quebrantado mi corazón” (Sal. 69:1, 13, 14, 17, 20).

El profeta, como Jesús siglos más tarde, clamó a Dios: “De lo profundo del sepulcro, oh Yahweh, invoqué tu Nombre. Y oíste mi voz: ¡No cierres tu oído al clamor de mis suspiros! El día que te invoqué, te acercaste y dijiste: ¡No temas! Defendiste, Adonay, la causa de mi alma, y redimiste mi vida” (3:55-57). ¡Hermoso lo que hizo Dios! Es una profecía de lo que haría para Jesús en su angustia y muerte.

Luego, el profeta pide justicia en cuanto al enemigo. “Los labios de mis agresores y sus murmuraciones están contra mi todo el día… Soy objeto de su burla” (3:62, 63). El salmista pide: “Derrama sobre ellos tu ira, y alcánzalos con la furia de tu indignación… porque persiguen al que Tú has herido” (Sal. 69:24, 26). El profeta pide: “Pero Tú. Oh Yahweh, le darás su recompensa conforme a la obra de tus manos, ¡Oh Yahweh, persíguelos en tu ira, y destrúyelos debajo de tus celos!” (3:64, 66). En cambio Jesús oró: “Padre, perdónales porque no saben lo que hacen”.