¿TE CANSASTE, TE CANSAS, LE CANSAS?

“Y no me invocaste a mí, oh Jacob, sino que de mí te cansaste, oh Israel. No me trajiste a mí los animales de tus holocaustos, ni a mí me honraste con tus sacrificios; no te hice servir con ofrenda, ni te hice fatigar (cansar) con incienso. No compraste para mí caña aromática por dinero, no me saciaste con la grosura de tu sacrificios, sino pusiste sobre mí la carga de tus pecados, me fatigaste (cansaste) con tus maldades” (Is. 43:22-24).

            Aquí tenemos a Dios hablando como mejor le entendemos, como si fuese humano, mostrando sus sentimientos. Está apenado porque Israel se ha cansado de Él. ¿Cómo lo nota? En el culto que le hacen. El Señor esperaba que su pueblo le adorase con entusiasmo, con dedicación, con devoción. Otro posible matiz de este texto (43:22) es: “En  vuestro servicio para mí, no os habéis esforzado hasta el cansancio”. ¿En nuestro servicio a Dios, hacemos un sobreesfuerzo para agradarle? ¿Sabemos lo que es orar tanto al Señor que nos agotamos? ¿Corres tanto para alcanzar al Señor que te falta la respiración? ¿En tu búsqueda de Dios, te acuestas tarde o te levantas pronto para tener más tiempo con Él, hasta el punto de estar cansado, pero feliz? El Señor Jesús sí se cansaba sirviendo a su Padre, orando, levantándose pronto y acostándose tarde, y en ello renovaba sus fuerzas.

            El Señor no nos ha cansado con demandas para incienso. Él es considerado. No insiste. Quiere que nuestra adoración sea algo espontáneo, que sea una iniciativa nuestra, que nos salga naturalmente de corazón, no porque él nos lo exige. Si estamos llevando nuestra relación con Dios como si fuera el cumplimento de un deber religioso, él se da plena cuenta, y no le satisface. Cuando dice “no me saciaste” significa que no le hemos satisfecho con nuestro culto, no le ha llenado, no ha producido satisfacción en su corazón recibir nuestra alabanzas. ¿Vamos al culto para llenarnos a nosotros mismos o para satisfacer al Señor? Hay culto que le llena y culto que no. Dios está pendiente de nuestros corazones, a ver qué sentimos para Él, y cómo lo expresamos.

            El Señor quería satisfacerse con las muestras de gratitud y el servicio y culto que su pueblo le rendía, por palabra y por hecho. Si no le llegaba, se sentía defraudado. En el caso de Israel, en lugar de cansarse buscando a Dios, y obedeciéndole, comprando las aromas que le gustaban para agradarle, Israel le sació con su pecado. La caña aromática se usaba en el aceite de ungir (Ex. 30:23). La grosura era la porción del Señor (Lev. 3:16, 17). El propósito del culto a Dios es producir satisfacción en su corazón, no es emocionarme a mí, o agradarme a mí. Dios había dicho a Israel cómo quería ser adorado, y quería que fuese un placer y un gozo para ellos hacerlo, no una pesada carga que les cansaba, o una obligación aburrida motivada por un sentido del deber. A Dios le hace ilusión un corazón que le ama y que se esfuerce para agradarle. ¿Al Señor le cansamos con nuestro pecado? ¿Siempre el mismo pecado, siempre las mismas actitudes, siempre los mismos deseos carnales, siempre las mismas caídas? Para salir de este aburrimiento el Señor dice: “Yo, yo soy el que borro tus rebeliones por amor de mí mismo, y no me acordaré de tus pecados” (v. 25). Ya salimos de este patrón: “de mí te cansaste”, “no te hice fatigar”, “me fatigaste con tus maldades”. Entramos en uno nuevo, el patrón de la gracia. Cuando sobre el Señor ponemos la carga de nuestros pecados, ¡conseguimos el perdón! Esta es la paradoja del evangelio. Le cargamos al Señor con nuestros pecados y somos perdonados y justificados, ¡y Él no se acuerda más de nuestros pecados! (v. 25). ¡Este es el Evangelio!