SU ESPERANZA

“Bueno es Yahweh para los que lo esperan, al alma que lo busca” (Lam. 3: 25. BTX). “El Señor es bueno a los cuya esperanza está en Él, al que lo busca” (NIV). 

            El cristiano cuenta con unos recursos que el incrédulo no tiene. Nunca hubo un momento más negro en la historia de Israel que aquel en que Lamentaciones fue escrito.  Parecía que ya había acabado como nación. La gran mayoría había muerto, tal como había profetizado Jeremías. Los que habían sobrevivido estaban en el cautiverio en Babilonia, tal como había profetizado Jeremías. En Jerusalén solo quedaba un manojo de los más pobres. No podían continuar con la práctica religiosa del judaísmo porque el templo había sido destruido y sus sacerdotes asesinados. ¿Qué esperanza para el futuro había? El autor la encuentra en dos cosas: en las promesas de Dios, y más hondo aún, en el carácter de Dios. Las promesas eran que los judíos de la cautividad volverían y reedificarían la ciudad y el templo. El fundamento de toda esperanza aun quedaba: el amor de Dios. 

            Estas son las dos fuentes de esperanza que tú tienes cuando tu mundo se deshace: las promesas de Dios y el carácter de Dios. Sobre ellas uno puede reconstruir su futuro.

            Recapacitando, el creyente ha decidido que va a esperar en Dios, porque cree que Dios es bueno a los que esperan en Él. Sabe, aunque no gusta, que es bueno esperar en silencio la salvación del Señor (v. 26).  Y también sabe “bueno le es llevar el hombre el yugo desde su juventud” (v. 27). O sea, es bueno esperar y es bueno someterse. El yugo es lo que te es impuesto. El creyente no piensa que la suerte, o la vida le ha echado una mala pasada, sino que Dios se lo ha hecho, y, por tanto, su sumisión es a Dios mismo y a lo que Dios ha permitido/mandado.  “Que se siente a solas y guarde silencio porque Él se lo ha impuesto” (v. 28). Su actitud es una de sumisión al Señor: “Que ponga su boca en el polvo por si quizás haya esperanza. Que dé la mejilla al que lo hiere y que harte de afrentas” (v. 29, 30). Esta fue la respuesta del Señor Jesús frente al mal que le sobrevino. Recibió las bofetadas y esperó en Dios.

            Luego viene el porqué de nuestra esperanza: “Porque Adonay no desechará para siempre. Aunque contriste, Él tendrá misericordia conforme a la multitud de sus piedades. Porque no se complace castigando ni afligiendo a los hijos del hombre” (vs. 31-33). Hay que esperar. Hay que someterse a lo que Dios ordena, con humildad, postrado con la cara en el suelo, “por si quizás haya esperanza”. ¿La hay? No vamos a presumir que habrá milagros y de repente todo va a cambiar, pero tampoco vamos a resignarnos a creer que no va a cambiar nada nunca. Nuestra esperanza no está puesta en lo que creemos que va a pasar, sino en Dios mismo. ¿Señor, me espera algo bueno? No lo sé, pero sé que Dios me ama y que a mí me va bien humillarme ante Él y esperar en Él. Así que lo hago y dejo el futuro en su mano. Él es Dios y sabe lo que hace. “Aunque contriste, Él tendrá misericordia conforme a la multitud de su piedades” (v. 32). En eso está mi esperanza. Voy a esperar a ver lo que Dios tiene para mí, para mi familia, mi iglesia y nación. Estoy esperando en silencio la salvación del Señor sabiendo que el Señor es bueno a los que esperan en Él.