“Sed humillados, pues, bajo la poderosa mano de Dios, para que os exalte a su tiempo” (1 Ped. 5:6, BTX).
El versículo correctamente traducido es: “Sed humillados”, voz pasiva en el griego. Esto significa: “Deja que Dios te humille”, “Permite que la mano de Dios te humille”, o sea, “No resistas”. No seas como una uva que no se deja pisar, pues no se puede beber uvas. Para que se conviertan en vinos exquisitos, tienen que ser puestas bajo presión. Entonces suelten el jugo que llega a ser el vino que alegra el corazón.
Hemos de permitir que Dios nos humille bajo su poderosa mano. Muchas veces esta mano toma la forma de circunstancias difíciles de soportar, tan difíciles que nos aplasten, pero esto es precisamente lo que Dios usa para que soltemos toda la riqueza que hemos ido acumulando bajo horas de sol. Dios nos está humillando para nuestro bien y para el bien de nuestros hermanos. Pensemos en el ejemplo de Pedro mismo. El fue humillado por su negación del Señor. Antes era orgulloso. ¡Había aconsejado a Jesús a no ir a la cruz! Pensaba que sabía mejor que Él. (Mat. 16:22). Había dicho que aunque todos negasen a Jesús, él no, que él sería leal hasta la muerte. Se veía como más entregado, más valiente que los demás. Dios tuvo que humillarle para hacerle servible. Fue Dios quien trajo la criada a Pedro en el patio de Caifás para acusarle de ser discípulo de Jesús. Era Su poderosa mano poniendo presión sobre Pedro para que saliese lo que estaba dentro de él, y lo que salió era cobardía. Pedro se delató como mucho menos valiente de lo que pensaba. Tuvo que ser humillado para quebrantarse y madurar. Ahora escribe a sus lectores en base a su amarga experiencia. Dice: “Revestíos de humildad los unos para con los otros, porque: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (v. 5).
Cuando Dios tiene que humillarte, deja que lo haga, acéptalo. Arrepiéntete. Aprende. Y cambia. ¿Qué cosas, personas, o circunstancias ha usado Dios para humillarte a ti? ¿Pensaste que serías la mejor madre del mundo y luego se ha visto a todas luces que no? ¿Creías que tus hijos saldrían mucho mejores que los de otra mujer, y luego no ha sido así? ¿Te creíste más espiritual que los demás? ¿Más dedicada? ¿Pensabas que podrías hacer mucho más para el Señor de lo que realmente has podido, y los años han mostrado que has perdido mucho tiempo en cosas que no dieron resultados? ¿Has pensado que nunca caerías en tal pecado, y luego caíste? Cuando vemos nuestras flaquezas, esto es por la misericordia de Dios, porque nos ama, y nos quiere librar del orgullo que de otra manera nos destruiría.
Pensamos en el ejemplo de Jesús. Se humilló al hacerse hombre. Luego se humillo y se hizo esclavo. Luego se humilló y se hizo criminal, y luego su humilló y se hizo maldito para salvarte a ti y a mí. Fue humillado en la cruz, y no lo resistió. Se dejó pisotear. Llegó a decir que era gusano y no hombre, tanto que fue humillado. Y luego se cumplió la segunda parte del versículo: “para que os exalte a su tiempo”. Dios le exaltó y le dio un nombre sobre todo nombre (Fil. 2:9). Él es nuestro ejemplo. Cuando nos humilla, hemos de aceptarlo y ser humillados. Entonces Dios nos dará su gracia y en su día Dios nos exaltará. Y en aquel día no habrá peligro de que se nos suba a la cabeza, porque ya estaremos libres del orgullo, gracias a la paciente operación de la poderosa mano de Dios.