“Pues en verdad estuvo enfermo, a punto de morir; pero Dios tuvo misericordia de él, y no solamente de él, sino también de mí, para que yo no tuviese tristeza sobre tristeza” (Fil 2: 27).
Pablo tenía mucha amistad y gran aprecio para su amigo Epafrodito. Le llama “mi hermano y colaborador y compañero de milicia”. Se refiere a él como su “mensajero, y ministrador de sus necesidades” (v. 25). Son muchas cosas hermosas que dice de él. La iglesia de Filipos le había enviado a Pablo para ayudarle en sus prisiones. Mientras estaba sirviendo al apóstol, se enfermó gravemente y estuvo a punto de morir. Pablo temía que le iba a perder. Hay muchas cosas de este incidente que nos tienen que llamar la atención. La primera es que Pablo no le sanó milagrosamente. El Señor había usado a Pablo para realizar muchos milagros, pero no siempre estaba el poder de Dios con él para sanar, y no siempre Pablo sentía que era la voluntad de Dios hacerlo. No había nada que Pablo podía hacer frente a la proximidad de la muerte de este amado hermano excepto orar, y esto lo hizo, sin lugar a duda, porque no quería perderle.
Ahora, esto nos tiene que extrañar mucho, que Pablo no quería perderle. ¿No acaba de decir en esta misma carta que morir y estar con Cristo era mucho mejor? “Porque de ambas cosas estoy puesto en estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo mejor; pero quedar en la carne es más necesario por causa de vosotros, y confiado en esto, sé que quedaré, que aun permaneceré con todos vosotros, para vuestro provecho y gozo de la fe” (Fil. 1: 23-25). ¡Una cosa es partir nosotros y otra es ver partir a un ser querido! A nosotros no nos importa ir ahora mismo para estar con el Señor, pero perder a otro es muy diferente. Lo que nos frenaría a nosotros es no poder estar aquí para servir al Señor con la familia, o en la obra.
Pablo dice que si este amigo hubiese muerto, le habría dado tristeza sobre tristeza. ¿Cómo? ¿El apóstol Pablo con tristeza? ¿No era él que escribió un poco más abajo: “Regocijaos en el Señor siempre, otra vez digo: ¡Regocijaos!” (Fil. 4:4)? El gozo es un constante, si vamos bien espiritualmente, pero cuando experimentamos una gran pérdida, queda más abajo y, encima, un gran montón de tristeza. Tenemos emociones. Jesús estuvo angustiado frente a la muerte propia y muy triste con la de Lázaro. Podemos tener gozo y tristeza a la vez. Pablo era humano. Amaba. Sentía. Sufría. La pérdida de alguien muy querido es algo que asimilamos poco a poco. Tenemos que hacer duelo. Sentimos pesar, tristeza, dolor. Hemos de trabajar para llegar al gozo que está al fondo, pasando por muchas capas de pena. Es un proceso y requiere tiempo. Vamos recibiendo el consuelo de Dios, creemos sus promesas, lloramos y Él nos va confortando. Sí, nos regocijamos en el Señor, pero a la vez lloramos y acusamos la ausencia de él que amábamos y seguimos amando.
En el caso de Epafrodito, el Señor no permitió que Pablo tuviese tristeza sobre tristeza. Puede ser que le habría hundido. El Señor sabe lo que podamos soportar con la ayuda de su gracia. Dejó a Epafrodito un poco más en este mundo por amor a Pablo y por amor a los hermanos de la iglesia de Filipos que le amaban entrañablemente. Son muchas las lecciones que se desprenden de la vida de Pablo. Cómo reaccionar frente a la posibilidad de la muerte de un ser muy querido es una de ellas.