ORACIÓN FINAL (1)

“Acuérdate, oh Yahweh, de lo que nos ha sobrevenido, y mira, contempla nuestro oprobio” (Lam. 5:1).

            El profeta pide encarecidamente que Dios contemple el sufrimiento de su pueblo. Quiere mover a Dios a la compasión. Insiste en que vea todo lo que les ha pasado y lo mal que lo están pasando. No pide nada más. No pide comida, ni sanidad, ni aliados, solo que Dios se dé plena cuenta de la calamidad tan fuerte que están viviendo, porque sabe que si logra conmover a Dios, el Señor vendrá a su rescate.

Quiere que Dios vea su miseria, que han perdido todo: “La heredad nuestra ha pasado a nuestros enemigos, y nuestras casas a los de tierra extraña” (v. 2). No tienen  ni agua, ni combustible para cocinar. “Nuestra agua la bebemos a precio de plata, nuestra leña se nos vende” (v. 4). No hay comida: “Arriesgamos nuestras vidas por el pan ante la espada” (v. 9). Las mujeres son violadas, los príncipes torturados, los ancianos maltratados, todos son esclavos: “Han violado a las mujeres de Sion, y a las doncellas en los pueblos de Judá… Los muchachos cargan la piedra del molino, y los niños se tambalean bajo el peso de la leña” (v. 11, 13).

Están quebrantados: “Los jóvenes no cantan, Ha cesado la alegría de nuestro corazón, nuestra danza se ha convertido en duelo” (v. 14, 15). Jeremías deja constar la causa de tanto sufrimiento: “¡Ay de nosotros, por haber pecado!” (v. 16). Lamenten la desolación de monte de Sión porque la vida del pueblo se centraba alrededor del templo, en la presciencia de Dios en medio suyo. Dios se ha ido, el templo está en ruinas, ya no hay sacrificios, ofrendas, música, fiestas; todo ha sido destruido. “Por eso nuestro corazón está enfermo, por eso se nublan nuestros ojos, porque el monte de Sión está desolado” (v. 17, 18).

Todo esto es la situación de Israel debido a su pecado. ¿Y cuál es la situación de Dios? El profeta con denuedo, pero con reverencia, compara la situación de Dios con la suya, porque para él Dios es una Persona real que vive y piensa y siente. Dice: “Sin embargo, Tu, oh Yahweh, eres Rey para siempre; Tu trono permanece de generación en generación” (v. 19). Dios está en su  trono, y ellos están en medio de ruinas. Ellos han perdido su corona (v. 16), la de Dios es eterna. Él reina mientras ellos están en la esclavitud, bajo poderes extranjeros. Su vida es corta y miserable, mientras la de Dios es gloriosa y eterna. Pregunta: “¿Te olvidarás para siempre de nosotros?” (v. 20). ¿Vas a pasar las edades de la eternidad como si nunca hubieses tenido pueblo, como si nunca nos hubieses amado, como si nunca hubiésemos existido? Le parece que Dios les ha abandonado durante siglos. Su situación está catastrófica, desolada, a no ser que Dios se acuerde de ellos y se mueve para ayudarles. Anhela al Señor. Le añora. Se acuerda de Él continuamente, y pregunta a Dios si ha olvidado enteramente de ellos. Clama: “Oh, Yahweh, haz que volvamos a ti, y volveremos” (v. 21). La salvación viene de Dios. Si Él nos atrae con compasión y cuerdas de amor, volveremos; si no, no hay salvación posible. “O, ¿nos has desechado del todo y estarás siempre airado contra nosotros?” (v. 22).  O bien Dios abre su corazón, o bien se pierden eternamente. Todo depende de su iniciativa. El profeta clama: “Mira nuestra angustia y desolación, fíjate en nuestro dolor, que se conmuevan tus entrañas dentro de Ti, y sálvanos”.