“Yahweh ha realizado su propósito, ha cumplido su palabra ordenada desde antiguo; derribó sin compasión, exaltó el cuerno (poderío) de su adversario, y a costa tuya alegró al enemigo” (Lam. 2:17).
El Señor ha cumplido su palabra: avisó, lo hizo, y lo hemos sufrido. ¿Qué entonces tenemos que hacer ahora? ¿Molestarnos con Él, abrigar resentimiento, guardarle rencor, cerrarle el corazón? ¿Hemos de asumir nuestra desgracia y seguir apartados de Él? Yo me he portado mal, he traído calamidad sobre mi cabeza. Dios me ha castigado y ahora no quiere saber nada de mí, así que me resigno a mi suerte. ¿Es esto? ¿Así es cómo tenemos que reaccionar? ¿Qué dice el profeta? Tenemos que clamar a Dios con el alma y volver a Él de rodillas, llorando y implorando su compasión: “Su corazón clama a Adonay; ¡Oh muralla (defensa) de la hija de Sion!” (2:18). Le invoca reconociendo que no han caído por la infidelidad o el descuido de Dios como Defensor, sino porque Él mismo abrió la brecha en el muro para que el enemigo entrase, y esto, a causa de su pecado.
“Deja que tus lágrimas corran como un río día y noche; no te des reposo, no descansen las niñas de tus ojos. Levántate, da gritos en la noche cuando empiezan las vigilias. Derrama tu corazón en presencia de Adonay” (v. 18, 19). Dejad fluir vuestras lágrimas como río. No reprime tu emoción; sácala. Llora, llora, y llora hasta que no puedas llorar más. Llora de arrepentimiento, llora de pena, llora de dolor, llora en desesperación, pero llora delante de Dios, no apartada de Él. El llanto es sanador. Da libre expresión a todo lo que está encerrado en nosotros, que, si se reprime, nos causa mayores estragos físicos y emocionales. Llora de día y de noche. Levántate al comienzo de cada vigilia de la noche, interrumpiendo tu sueño para clamar a Dios. Insiste. Los judíos tenían las doce horas de la noche divididas en tres vigilias de cuatro horas cada una. El autor dice, levántate para orar al comienzo de cada vigilia. Cuando te levantas de la cama de noche, y te pones delante de Dios para suplicarle, sale todo lo que hay en ti. Estas no son oraciones de rutina, sino de pura necesidad, de urgencia, y de profunda realidad. La muerte me acecha, he ofendido a Dios, si voy a sobrevivir, necesito su perdón, restauración, compasión y ayuda.
Suplica por la vida de tus hijos que mueren de hambre: “Alza hacia Él tus manos por la vida de tus pequeños, desfallecidos de hambre en las esquinas de todas las calles” (v. 19b). Salen de casa desmayados de hambre en búsqueda de comida, se caen en tierra en cada esquina y fallecen. La ciudad clama: “¡Oh Yahweh , considera y ve a quien has tratado así: ¿Cuándo las mujeres se han comido a sus hijos, a sus niños mecidos aún en brazos? ¿Cuándo se han asesinado sacerdotes y profetas dentro del Santuario de Adonay? Muchachos y ancianos yacen en el suelo por las calles. Mis jóvenes y doncellas han caído pasados a cuchillo, hiciste que murieran en el día de tu ira, hiciste matanza sin contemplación” (v. 20, 21).
Clama a Dios: “La oración eficaz del justo puede mucho” (Sant. 5:16), y aun la oración insistente del injusto, arrepentido y implorando misericordia, conmueve al compasivo corazón del Señor.