“Me ha cercado sin salida, me ha cargado de cadenas” (Lam. 3:7).
¿Te sientes atrapado, prisionero de tus circunstancias, sin salida posible? Pablo estuvo en la cárcel en varias ocasiones, pero no se consideró prisionero de Roma, ni de César, ni de ningún gobierno humano, sino de Dios: “Pablo, prisionero de Jesucristo” (Filemón 1:1). “Por la esperanza de Israel estoy sujeto con esta cadena” (Hechos 28:20). “Soy embajador en cadenas” (Ef. 6:20). Estuvo en la cárcel porque Dios le puso allí y saldría cuando Dios abriera la puerta, o bien por medio de una liberación, o bien por medio de la muerte, que sería igualmente una liberación. Dios es el que le había encerrado. Esta es la mentalidad que tenemos que tener cuando nos encontramos en una situación sin salida.
Dios sacó a Pablo y Silas de la cárcel por medio de un terremoto (Hechos 16); sacó a Pedro de la cárcel por medio de un ángel (Hechos 12), y sacó a Pablo de su último encarcelamiento por medio de la muerte (2 Tim. 4:6).
¿Qué tienes que hacer en tu cárcel? Cantar himnos a Dios en tu cárcel, porque, aunque estás allí, realmente estás libre: “Tú has roto mis prisiones” (Salmo 116:16). Como dijo el poeta: “Barras de hierro no hacen una cárcel”. Y como dijo el escritor del himno: “Nuestros padres encadenados en prisiones oscuras estaban todavía libres en corazón y consciencia” (Frederich William Faber, 1814-63). Darte cuenta de que es Dios quien te ha puesto allí, no tu marido, tu propia torpeza, el jefe del trabajo, la situación laboral, o el gobierno de España. Si te sientes atrapada por el trabajo, tu matrimonio, por cuestiones familiares, tus hijos, cosas de la iglesia, la causa real es que Dios te ha puesto allí, y desde allí le puedes servir, adorándole, reconociendo que lo hizo Él. Someterte a su voluntad, como el buey a la voluntad de su amo, por medio del yugo: “Y es bueno que todos se sometan desde temprana edad al yugo de sus disciplina; que se queden solos en silencio bajo las exigencias del Señor, que se postren rostro en tierra pues quizá por fin haya esperanza. Que vuelvan la otra mejilla a aquellos que los golpean y que acepten los insultos de sus enemigos” (Lam 3: 27-30). Cuando Dios diga la palabra, se te quitará el yugo, se romperán tus cadenas, y se abrirán las puertas de hierro de tu cárcel: “Al instante se abrieron las puertas y las cadenas de todos se soltaron” (Hechos 16:26), se cumplirá en ti. Poner tu esperanza en Él, no en la muerte de nadie, no en un cambio de gobierno, ni en ninguna iniciativa humana, sino en el Dios que te ama. “Me digo: ¡El Señor es mi herencia, por lo tanto, esperaré en el!” (Lam. 3:24). Aunque el enemigo me haya robado todo cuanto tengo, Dios es mi porción y mi herencia, y esta herencia nunca me será quitada.
Padre amado, soy prisionera tuya. Ninguna puerta de hierro de dos metro de alto y uno de ancho puede resistirte a Ti que tienes el universo en tu mano. Si puedes mover las planetas a través del espacio, puedes conducirme a mí por aquella pequeña puerta en el momento que lo deseas. Mientras tanto, me quedaré aquí adorándote, ¡siempre que me abras la puerta para estar conectada con el Cielo desde ese lugar! Amén.