“Todos los que van por el camino baten palmas contra ti, silban burlones y menean la cabeza contra la hija de Jerusalem: Todos tus enemigos han abierto la boca contra ti: Silban y rechinaron los dientes diciendo: ¿Es esta la ciudad perfecta en hermosura, la alegría de toda la tierra? ¡La hemos arrasado! ¡Lo hemos conseguido y lo estamos viendo!” (Lam. 2:15, 16).
Cuando el enemigo ve venir el mal sobre un hijo de Dios, o sobre el pueblo de Dios, ¡cómo se burla! “Silban y menean la cabeza”. Esta frase “menean la cabeza” nos tiene que recordar algo. ¿Dónde la hemos visto? Sí. Cuando el Hijo de Dios estaba sufriendo en la Cruz y el enemigo pensaba que le había derrotado: “Entonces crucificaron con él a dos ladrones, uno a la derecha, y otro a la izquierda. Y los que pasaban le injuriaban, meneando la cabeza, y diciendo…” (Mateo 27:39). ¡Este versículo es muy parecido al de Lamentaciones: “Todos los que van por el camino menean la cabeza” (Lam. 2:15). El enemigo tiene la misma reacción cuando crucifican a Cristo que tuvo cuando Jerusalén, la ciudad del Rey, fue destruida: “Todos los que me ven me escarnecen; estiran la boca, menean la cabeza, diciendo: Se encomendó a Jehová: líbrele él: Sálvale, puesto que él se complacía” (Salmo 22: 7, 8). Aquí está profetizada, tanto lo que la gente haría, como lo que dirían. ¡Menean la cabeza y le citan las Escrituras!
En el caso de Jesús le citan el Salmo 22:8: “Confió en Dios; líbrele ahora si le quiere; porque ha dicho: Soy Hijo de Dios. Lo mismo lo injuriaban también los ladrones que estaban crucificados con él” (Mateo 27:43, 44). En el caso de la destrucción de Jerusalén citan la Escritura también, como vimos ayer, el Salmo 48:2. Al enemigo le gusta burlarse y citar las Escrituras para intensificar el sufrimiento de los hijos de Dios, y supremamente, del Hijo de Dios. Ya lo puedes esperar cuando te encuentres postrado en el suelo. El enemigo pisotea al que se cae y se atribuye la derrota a sí mismo, pero Dios no permite que continúe.
El autor de Lamentaciones se apresura para corregir este error. Clarifica que la ciudad ha caído por la mano de Dios, no por la del enemigo: “Yahweh ha realizado su propósito, ha cumplido su palabra ordenada desde antiguo: Derribó sin compasión, exaltó el cuerno (esto es, el poderío) de su adversario, y a costa tuya alegró al enemigo” (Lam. 2:17). Sí, es Dios quien lo hizo. Lo hizo en el caso de Jerusalén y lo hizo en el caso de su Hijo, nuestro Salvador. En ambos casos fue por el pecado: en el caso de su pueblo, por su propio pecado, pero en el caso de Cristo, por el nuestro: “y nosotros le tuvimos por azotado, por herido de Dios y abatido, mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados” (Is. 53:4, 5). El enemigo pensó que había triunfado, pero Dios levantó de los muertos a su amado Hijo, y la ciudad de Jerusalén un día también resucitará: “Descenderá del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su Marido” (Ap. 21:2). Resplandeciente.