“Dijo Dios: Sea la luz, y fue la luz. Y vio Dios que la luz era buena” (Gen. 1:3, 4).
El patrón que tenemos aquí en la Creación se repite siete veces: vs. 4, 10, 12, 18, 21, 25 y 31. Dios dijo algo; esta cosa fue creada y vino a existir; Dios la miró y la observó y vio que era buena.
Muchas veces se ha comentado sobre el hecho de que la mera palabra de Dios es creativa; crea. Lo que Él dice llega a existir. Él tiene la Palabra. El autor de la Epístola a los Hebreos hace referencia al poder de la palabra de Dios cuando dice: “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía” (Heb. 11:3). El centurión entendió que la palabra de Jesús es la palabra de Dios: “Solo dí la palabra, y mi criado sanará” (Mateo 8:8). Jesús dio la palabra y el criado fue sanado: “Entonces Jesús dijo al centurión: Vé, y como creíste, te sea hecho. Y su criado fue sanado en aquella misma hora” (v. 13).
Ahora vamos a fijar nuestra atención en otro detalle. Al acabar cada acto de creación Dios contempló y evaluó lo que había hecho. Al final del día, cuando su trabajo estaba hecho, paró y pensó en él para decidir si le gustaba lo que había hecho. ¿Lo aprobaba? ¿Era lo que había tenido en mente? ¿Salió como Él quería? En su caso, sí; todo salió conforme a su voluntad. Al final de los seis días de Creación, lo evaluó todo: “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto” (v. 31). Todo encontró su aprobación. Aquí hay una gran lección para nosotros: Al final del día necesitamos un tiempo de reflexión, una pausa para mirar atrás y evaluar los eventos y el trabajo hecho en el día para determinar si ha estado bien o mal, qué cosas podemos presentar a Dios como bien hechas y qué cosas deberíamos de haber hecho de otra manera. Así podemos estar contentos de nuestro trabajo y descansar en paz, o podemos orar y pedir ayuda para cambiar las cosas que deberíamos de haber hecho de otra manera. Así aprendemos.
Vemos dos cosas más: el Señor evaluó cada día y luego al final de la semana, evaluó la semana. Algunos tienen sus días bien organizados y llevan a cabo mucho trabajo, pero tiene que haber un balance semanal, una buena semana. ¿Ha sido una semana demasiada cargada, unos días productivos y otros malgastados, mucho trabajo al principio de la semana y poco al final, o los fines de semana mal empleados, o demasiado cargados? La semana como unidad también entra dentro de nuestros cálculos, algo que presentamos delante de Dios para ver cómo la ve Él, si aprueba, o no aprueba de ella.
Y al final de cada semana, hace falta un día de descanso. Esto no es tiempo perdido. Es tiempo invertido en nuestra vida espiritual para tener visión y fuerza para la semana siguiente. El descanso no es no hacer nada. Es dejar la acostumbrada actividad de la semana para dedicar tiempo exclusivamente a Dios y reponernos. Vamos al culto. Pasamos más tiempo leyendo las Escrituras y orando, leemos un libro de edificación, o escuchamos un sermón por el internet, todo con la finalidad de reponernos, de alimentar nuestro espíritu, de refrescarnos y recibir del Señor para luego dar todo lo que hemos recibido durante la nueva semana que empieza.
Qué el Señor nos ayude a desarrollar hábitos como los Suyos.