CUANDO HAY PROBLEMAS EN LA IGLESIA

“Igualmente, jóvenes, estad sujetos a los ancianos;  todos, sumisos unos a otros, revestíos de humildad; porque Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes” (1 Pedro 5:5).

Cuando hay tensiones en la iglesia este pasaje tiene gran enseñanza para nosotros y ofrece orientación en cuanto a las actitudes y precauciones que debemos tener.

1.      Sumisión y humildad. En cuanto a nuestra actitud hacia los demás de la congregación y nuestra relación con ellos, debemos ser humildes y someternos los unos a los otros. Esto mantiene la unidad de la iglesia. Si empezamos a criticar a otros por sus posturas, por lo que han dicho o dejado de decir, por cómo enfocan la situación, se van a formar bandas y, antes de darnos cuenta de lo que ha pasado, habrá una división. Esto solo cumple los propósitos del diablo cuyo lema es: “Dividir y conquistar”.

2.      Humildad y dependencia. Estas palabras resumen la clase de relación que tenemos que tener con Dios cuando hay tensiones. Humillarnos bajo su poderosa mano es reconocer que, si estamos bajo presión, la fuerza que nos presiona es la mano de Dios. Ha puesto su mano sobre nuestra iglesia. Nos está tocando. Nos aprieta, pero no nos va a aplastar, sino que nos va a llevar a nuestras rodillas para que clamemos a Él en nuestra extremidad. No tenemos soluciones. ¡Fuera el orgullo! Hay cosas que Él tiene que hacer en nosotros como congregación y lo va haciendo por medio de lo que estamos viviendo en estos momentos duros. No debemos oponernos a la disciplina del Señor, sino someternos a Él. Es al diablo a quien tenemos que resistir; ante Dios nos humillamos. ¿Qué pretende Dios? ¿Qué quiere cambiar en nosotros como congregación? ¿Qué ve mal?

3.      Confiar en Dios. “Echando toda vuestra ansiedad sobre él, porque él tiene cuidado de vosotros” (v. 7). Dios tiene sus ojos puestos en su iglesia. Cristo camina en medio de los candeleros, que representan las iglesias (Ap. 1:13), animando y corrigiendo a cada uno según su necesidad. En estos momentos hay zozobra, desconcierto, preocupación. El que vela por su iglesia es Dios; por tanto, podemos echar nuestra preocupación por ella sobre Él, porque “Él tiene cuidado de vosotros”, como congregación.

4.      Resistir al diablo. Para ello tenemos que ser sobrios y velar: “Sed sobrios y velad; porque vuestro adversario el diablo, como león rugiente, anda alrededor buscando a quien devorar; al cual resistid firmes en la fe” (v. 8, 9). El propósito del diablo es claro. Quiere que la luz de la iglesia se apague, que la luz del evangelio no alumbre el mundo de fuera que está sumergido en oscuridad. Quiere que la iglesia desaparezca, que dé mal testimonio, que pierda credibilidad. Lo consigue por medio de divisiones, escándalos, murmuración, críticas, el falso evangelio, la entrada del mundo, la inmoralidad, la falsa doctrina, el liderazgo inadecuado, la rebeldía, y las desavenencias. Hay que resistir la obra que pretende hacer. Para ello hay que velar, es decir, estar al tanto, y discernir lo que pretende y cómo piensa lograrlo, y no permitirlo. El diablo quiere que pensemos mal de Dios, que tengamos dudas, que desconfiemos de Él. Hay que resistirle ejercitando la fe.

5.      No extrañarnos. Lo que nos ocurre es normal. Se está dando en todas partes. El diablo está atacando a la iglesia. No puede atacar a Dios, así que ataca a sus hijos que son presa más fácil para él. “Sabiendo que los mismos padecimientos se van cumpliendo en vuestros hermanos en todo el mundo” (v. 9). Estas cosas han ido pasando desde que la iglesia se estableció. Dios tiene cuidado de su iglesia, el diablo la ataca, y los creyentes están en medio, en humilde dependencia y confianza en Dios, y en humilde sumisión los unos a los otros, unidos, resistiendo firmemente todo lo que el diablo pretende hacer, y así Dios da la victoria. El himno lo expresa así:

Soldados de Cristo levantaos y vestíos de vuestra armadura/ fuertes en la fuerza que Dios suple por medio de su Hijo omnipotente; / fuertes en el Señor de los Ejércitos y en su poderosa fuerza; / el que confía en el poder de Jesús es más que vencedor.

Estad firmes, pues, en su gran fuerza, revestidos de su poder / y tomad para equiparos para el conflicto, todo el arsenal de Dios, / para mantener vuestra armadura en forma, cuidadla con atención constante, / siempre andando a la vista de vuestro Capitán y velando en oración.

Id de fuerza en fuerza, luchad, pelead, y orad; / aplastad todos los poderes de las tinieblas; y ganad en el día de la batalla; para que, habiendo acabado todo, con todos vuestros conflictos ya pasados, podéis vencer por Cristo solo, / y permanecer enteros al final.

                                                                                                                                                   Charles Wesley, 1707-88