“Hacemos las cosas que son agradables delante de él” (1 Juan 3:22).
Este versículo habla del creyente cuyas acciones son agradables al Señor. Le complacen. El Señor mira la forma que tiene esta persona de llevar a cabo sus responsabilidades y está contento con él. Cuando los filipenses mandaron una ofrenda a Pablo por medio de Epafrodito, el comentario de Pablo fue que esta obra era agradable a Dios: “Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios” (Fil. 4:18). Cuando los niños obedecen a sus padres, esto es agradable a Dios: “Hijitos, obedeced a vuestros padres en todo, porque esto agrada al Señor” (Col. 3:20). Nosotros procuramos hacer todo lo que hacemos para agradar al Señor.
Esto implica ser responsables de nuestra parte. Al niño pequeño le dices todo lo que tiene que hacer y lo que deseas es que sea obediente. Al hijo mayor no le dices todo lo que tiene que hacer. Él tiene que ser maduro y tomar sus propias decisiones. Lo que quieres de él es que sea responsable. Una persona responsable es alguien que sabe lo que tiene que hacer y lo hace. No hace falta que se lo digas. Es consciente de sus responsabilidades y las lleva a cabo correctamente. Cumple bien lo que esperas de él sin que se le digas todo movimiento que tiene que hacer. Si es maestra, por ejemplo, planea bien la clase, junta todos los materiales, llega a la hora, organiza la sala, explica bien el material, mantiene la disciplina, asegura que todos han comprendido la lección, y, si surge un problema, lo resuelve.
Como creyentes maduros, hemos de tomar la responsabilidad por nuestras vidas. Hay un equilibrio delicado entre ser dependientes de Dios y tomar iniciativas. Dios no nos va a decir a qué hora tenemos que levantarnos para hacer todo lo que tenemos que hacer. Esto es responsabilidad nuestra. No nos va a decir cómo limpiar o cómo organizar nuestras finanzas. No nos va a decir cómo tenemos que conducir el coche en todo momento. Esto es responsabilidad nuestra. Al apóstol Pablo, Dios no le dijo cómo organizar la evangelización, pero en ciertas ocasiones, sí que intervino para cambiar su rumbo. En estas ocasiones, Pablo percibió rápidamente la dirección del Señor y actuó de acuerdo. Vamos decidiendo, y cuando haga falta, Dios interviene. Dios quiere hijos maduros que toman decisiones responsables, y cuando esto ocurre, Él es orgulloso de ellos.
La persona responsable piensa. Decide. No depende de otros. Aplica los principios que conoce a la situación que tiene a mano. Sus decisiones son bien pensadas y sabias. Y por su parte, Dios le ayuda. Como dice el viejo refrán: “Dios ayuda a los que se ayudan a sí mismos”. Nos movemos, y Dios nos ayuda. Entonces se aplica lo que dice el autor de la carta a los hebreos: “Y el Dios de paz que resucitó de los muertos a nuestro Señor Jesucristo, el gran pastor de las ovejas, por la sangre del pacto eterno, os haga aptos en toda obra buena para que hagáis su voluntad, haciendo él en vosotros lo que es agradable delante de él por Jesucristo” (Heb. 13:21). Amén. Queremos hacerle orgulloso de nosotros, sus hijos maduros y responsables.