Tendemos a pensar que, puesto que el cristianismo es una religión pacifica que enseña el amor, todo el mundo querría hacerse cristiano. Es atractivo. Es lógico y razonable. Es históricamente comprobable. Presenta un Dios de amor y una iglesia donde se aman los unos a los otros. Seguramente esto es lo que la gente desea. Pensaríamos que nada más oír el evangelio, se convertirían. Pero no es así. Cuesta mucho que una persona se convierta de verdad y hay motivos por ello.
El cristianismo habla de la corrupción del hombre y la necesidad de morir a lo malo en nosotros: “Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?” (Jer. 17:9). “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como viento” (Is. 64:6). Choca con el orgullo humano. Es muy difícil que una persona se enfrente y acepte la verdad acerca de sí misma. La tendencia es a creer que no somos tan malos, que somos mejores que muchos. Justificamos nuestros actos malos, o no les damos importancia. No aceptamos la justicia de nuestra condenación. No vemos la necesidad de que Cristo muriese por nosotros, ¡y menos queremos ser crucificados juntamente con Él! (Gal. 2:20).
La persecución. “Todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución” (2 Tim. 3:12). En tiempos de Jesús muchos líderes religiosos creyeron en Él, pero no lo confesaban, porque no querían ser expulsados de la sinagoga (Jn. 9:22). “Os expulsarán de las sinagogas; y aun viene la hora cuando cualquiera que os mate, pensará que rinde servicio a Dios” (Juan 16: 2). Incluso delante de la cara más fea del Islam, la gente teme convertirse, porque significa la muerte segura al profesar fe en Cristo públicamente. Amamos la vida. No queremos cárceles, tortura y muerte.
La familia es un obstáculo muy grande a la fe en Cristo. Uno ama a sus padres y no quiere disgustarles. Ellos sufrirán el rechazo de la sociedad por tener un hijo cristiano. Los padres podrían denunciarte a las autoridades. El cónyuge podría repudiarte. La presión familiar es muy grande. Uno la tiene que enfrentar y superar para poder seguir a Cristo: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí” (Mat. 10:37).
Sacrificio personal. El Señor Jesús dijo: “El que no toma su cruz y sigue en pos de mí, no es digno de mí” (Mat. 10:38). Ser cristiano significa separación del mundo y la renuncia a mis deseos y ambiciones carnales. Se puede perder amistades, trabajo, reputación y aceptación en la comunidad, en el colegio o en la facultad. Requiere disciplina y un gran cambio de valores. Ya no puedes vivir “a tu bola”, sino para hacer la voluntad de Dios: “En el pasado han tenido más que suficiente de las cosas perversas que les gusta hacer a los que no tienen a Dios, inmoralidad y pasiones sexuales, parrandas, borracheras, fiestas desenfrenadas, y abominable adoración a ídolos. No es de extrañarse que sus amigos de la vieja vida se sorprendan de que ustedes ya no participen en las cosas destructivas y descontroladas que ellos hacen. Por eso los calumnian” (1 Pedro 4: 3, 4, NTV).
Seguir a Cristo cuesta mucho más que ser de cualquier otra religión. ¿Qué le motivaría a uno a pagar un precio tan alto? Solo amor por Otro que pagó un precio aun mayor.