LO QUE CUESTA VENIR Y DESCANSAR (4)

“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque me yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mat. 11:28-30).

            Conocemos a una mujer que está desesperada para tener hijos. Por medio de un tratamiento médico, posiblemente se quede embarazada este mes, pero en tal caso, solo hay un 50% de probabilidad que lleve el embarazo a término. Para ella esto significa meses y meses de tensión bajo una presión emocional casi imposible de soportar. Necesita el descanso que Cristo ofrece, pero venir a Él no es fácil. Significa reconocer años de rebeldía, malas decisiones, daños que ha infligido a otros, y que ha perdido años dando tumbos, lejos de Dios. No es creyente, pero fue criada en un hogar cristiano, con cierta problemática. Tendrá que afrontar la dolorosa verdad acerca de su hogar. No es fácil venir a Jesús. Hemos de venir tal como somos, asumiendo la responsabilidad por nuestras equivocaciones y desaciertos. Pero la alternativa es no tener paz.  Cuesta admitir la verdad para venir a Jesús, pero no venir cuesta vivir con angustia y desasosiego por dentro.

            Una joven soltera tiene dos hijos con un hombre casado. A ella le han diagnosticado una enfermedad grave. Necesita la paz de Dios, pero no la puede tener sin antes enfrentar la realidad de su vida. Para tener paz hemos de hacer las paces con Dios.

            Un pastor está viendo su familia deshacerse. Uno por uno sus hijos se aparten. Se esposa no está con él en el ministerio. Sufre. El pastoreo le es una carga, no es puro placer. El gozo se le ha ido. No tiene paz. ¿Qué ha pasado? ¿Por qué? ¿Qué parte de todo esto es culpa suya? Solo el Espíritu Santo lo sabe. Lo que necesita es venir a Jesús, tal como es, dispuesto a oír la dolorosa verdad y pedir: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno” (Salmo 139: 23, 24). Esta es la fórmula de Dios para saber la verdad en cuanto a cómo somos, lo que hemos hecho y por qué. No nos toca a nosotros examinarnos, es cosa de Dios. Nosotros nos justificamos o nos condenamos, según como somos, pero Dios no. Nos permite ver la verdad; nos la revela. Sin esta revelación, nunca la veríamos.

            La pregunta clave es: ¿Por qué hago lo que hago? Venimos a Jesús en medio del dolor de nuestro desastre personal, creyente o no creyente, y dejamos que nos diga la verdad, la confesamos, pedimos su ayuda para asumir las consecuencias de lo que hemos hecho, de los problemas que hemos causado y del sufrimiento que hemos traído sobre nosotros mismos, y Él nos perdona y nos da su paz. Luego nos muestra la salida, paso a paso. Esta es la gracia de Dios. Nos ayuda a lleva la carga y está carga llega a ser su voluntad para nosotros, no un castigo, sino parte del proceso de nuestra santificación. “El pueblo que escapó la espada halló gracia en el desierto, cuando Israel iba en busca de reposo” (Jer. 31:2).  Es el reposo del pecado perdonado y de tener Dios a tu lado para ayudarte. Este es el reposo que Israel halló.