“El justo florecerá como la palmera; crecerá como cedro en el Líbano, plantados en la casa de Jehová, en los atrios de nuestro Dios florecerán. Aun en la vejez fructificarán; estarán vigorosos y verdes, para anunciar que Jehová mi fortaleza es recto, y que en él no hay injusticia” (Salmo 92:12-15).
Hoy es el cumpleaños de mi marido. Aprovecho la ocasión para meditar en tres textos que él comentó últimamente para que vuelvan a ser de bendición para él y para todos los que esperan llegar a la ancianidad todavía dando un poderoso testimonio del Señor.
El texto dice que el justo crecerá, florecerá y dará fruto, hasta en la vejez. No se seca, sino crece y florece, y esto, justo en los atrios de la casa de Dios. Su lugar de crecimiento es el templo, es en la presencia de Dios, en Dios mismo. En contraste, el injusto crece en el mundo. Es su ámbito, el lugar donde se realiza y se encuentra bien. No así la persona que ama al Señor. Éste crece con el pueblo de Dios, en la iglesia, con la Palabra de Dios, buscando siempre al Señor. Su deseo es vivir toda su vida cerca de Él.
El salmo no se refiere a él como “creyente”, sino como “justo”. El verdadero creyente es justo. Vive una vida de justicia y su vida seguirá llevando fruto para el Señor hasta el último día de su vida. No hay jubilación para el hijo de Dios. Toda su vida está ocupada en el servició de su amado Señor y la promesa es que seguirá dando fruto hasta el final. Esta promesa da mucho ánimo a la persona mayor. Con la ancianidad no entra en una fase estéril e inútil de la vida en la cual no sirve para nada excepto para ser un estorbo, sino que siempre estará cumpliendo los propósitos de Dios para su vida, hasta el final.
El mensaje que transmite es que Dios es justo. Lo anuncia con la vida de justicia que él mismo lleva como representante de su Señor, y con sus palabras. El mensaje de su vida es la perfección de su Señor, su hermosura y su atractivo. Todo lo que hace Dios es justo y perfecto. No cuestiona nada de lo permite. Tiene absoluta confianza en Él, no importa cómo haya ido su vida. Estará vigoroso y fuerte hasta el final para glorificar a Dios.
“Porque tú, oh Señor Jehová, eres mi esperanza, seguridad mía desde mi juventud, en ti he sido sustentado desde el vientre; de las entrañas de mi madre tú fue el que sacó; de ti será siempre mi alabanza… Aun en la vejez y las canas, oh Dios, no me desampares, hasta que anuncie tu poder a la posteridad, y tu potencia a todos lo que han de venir” (Salmo 71: 5, 6, 18). Esta es la petición, y la respuesta no se hace esperar:
“Y hasta la vejez yo mismo, y hasta las canas os soportaré yo; yo hice, yo llevaré, yo soportaré y guardaré” (Is. 46:4). ¡Qué hermosa promesa de parte de Dios! Se compromete a soportarnos y llevarnos y guardarnos toda la vida, hasta las canas. Otra versión lo vierte así: “Hasta vuestra vejez Yo seré el mismo, y hasta la ancianidad cargaré con vosotros. Yo le he hecho, y os seguiré llevando, yo cargaré con vosotros y os salvaré” (BTX). Cuando fallan nuestras fuerzas, Dios nos amparará. Nos hizo en el vientre de nuestra madre, nos ha cuidado toda la vida, y no nos abandonará cuando ya no podemos defendernos, sino que Él mismo se hará cargo de nosotros. Desde el vientre de nuestra madre, a través de la niñez, por la juventud, y toda la vida, hasta la vejez él es nuestro Dios y se hace cargo de nosotros. En todas las etapas de la vida Dios está velando por nosotros y no nos desamparará hasta que hayamos terminado con todo su proyecto para nuestra vida. Y cuando hemos acabado la obra que nos ha mandado hacer, nos recibirá a sí mismo y se ocupará de nosotros ya para toda la eternidad.