EL COMPROMISO

“Yo os digo: No juréis en ninguna manera; ni por el cielo, porque es el trono de Dios; ni por la tierra, porque es el estrado de sus pies… Pero sea vuestro hablar: Si, sí; no, no;  porque lo que es más de esto, del mal procede” (Mat. 5: 34-37).

Según la práctica en tiempos de Jesús, lo que alguien decía no era firme, a no ser que juraba. El grado de compromiso fue determinado por la fuerza del juramento. Jesús enseñaba que nuestra sola palabra, sin juramento, ni promesas, nos compromete.

Pablo escribe a los corintios lo siguiente en cuanto su fidelidad a su palabra: “¿Lo que pienso hacer, lo pienso según la carne, para que haya en mí Sí y No? Mas como Dios es fiel, nuestra palabra a vosotros no es Sí y No… Porque todas las promeses de Dios son en él Sí y son en él Amén” (2 Cor. 1:17-20).  Él no se contradice. Cuando dice que sí, es sí. Él ha prometido que va a visitar la iglesia de Corinto, y lo hará.

Cuando nos comprometemos a algo, hemos de ser responsables y cumplir con lo que hemos prometido. Nuestra palabra es oro. No hace falta que juremos con la mano encima de la Biblia para que nuestra palabra cuente; siempre debe contar. Solo con decir que vamos a hacer algo, ya nos hemos comprometido.

Antes de comprometerse:
Orar.
Pensar en nuestras posibilidades. 
Saber por cierto que Dios quiere que hagamos tal cosa y que podemos hacerlo.
Estar seguros que tenemos tiempo para ello.
Aceptarlo de parte del Señor para hacerlo bien para Él.

Después de comprometerse:
No comprometernos luego con otra cosa que va a pisarlo, o que no nos permita hacerlo bien.
No permitir que ninguna cosa improvista estorbe nuestro ministerio, como, por ejemplo: llamadas por teléfono, visitas inesperadas, etc.).
Vivir desahogadamente, sin demasiados compromisos, sin compromisos que competen el uno con el otro por nuestro tiempo o energía.
Ser responsables. Cumplir fielmente.
Llegar a la hora, o ¡antes de la hora! Aprender a organizar el tiempo. Calcular cuánto tiempo necesitamos para prepararnos para la actividad, para llegar al lugar, para realizar la actividad, para recoger y volver a casa. Decidir a qué hora hemos de salir de casa para llegar a tiempo, habiendo calculado el tiempo del trayecto.
No ir dejando y cogiendo ministerios, sino seguir fielmente con pocos, con los que podemos hacer bien sin vivir apurado.

Todo esto requiere disciplina. Hemos de aprender a decir que no a las cosas para las cuales no tenemos tiempo para hacerlas bien, aunque nos gustaría hacerlas, aunque son cosas muy buenas y muy atractivas. Aprender a planear.

Queremos ser hombres y mujeres de nuestra palabra para que la gente pueda confiar en nosotros. Los hay que siempre puedes contar con ellos… ¡para llegar tarde! ¡Pueden cambiar con la ayuda del Señor! No queremos ir cambiando planes, cancelando compromisos y olvidando lo que hemos prometido hacer; no queremos ser informales, indignos de confianza, sino serios y fiables, formales, no personas con la reputación de no cumplir con lo que hemos dicho, sino como el Señor al que representamos, siempre fieles.