DIOS LO CONSIGUE

“Pues he aquí que concebirás y darás a luz un hijo; y navaja no pasará sobre su cabeza, porque el niño será nazareo a Dios desde su nacimiento, y él comenzará a salvar a Israel de mano de los filisteos” (Jueces 13:5).

            Cuando el Ángel del Señor se apareció a la esposa de Manoa, le dijo que iba a tener un hijo que comenzará a librar a Israel de los filisteos. Aquella palabra fue tanto una promesa como una profecía. Cuando Dios profetiza algo, lo lleva a cabo. Vela sobre su palabra para asegurar que se cumpla. Una señal que lo iba a hacer fue que nació el hijo prometido a una mujer estéril. Otra fue que cuando Manoa ofreció un sacrificio al Señor (v.19), el Ángel del Señor ascendió en la llama (v. 20).

            La responsabilidad humana también figuró en el cumplimiento de esta profecía. La esposa de Manoa siguió las instrucciones del Ángel del Señor: no bebió vino ni sidra, ni comió cosa inmunda. El niño nació tal como el Ángel del Señor prometió y sus padres le criaron como nazareo a Dios desde su nacimiento. No bebió alcohol, ni comió nada prohibido, ni se cortó el pelo, y Dios le bendijo. Los padres cumplieron con su responsabilidad, pero cuando el niño llegó a mayor fue irresponsable. ¡Se casó con una mujer del enemigo! Después visitó una prostituta filisteo (16:1). Después se enamoró de otra mujer filistea. ¡Tenía que librar a Israel de este pueblo, pero estaba enredándose con sus mujeres! Fue la táctica del maligno para que no librase a Israel, ni cumpliese el propósito de Dios para su vida. Pero Dios no abandonó su promesa. No dejó de cumplir con su responsabilidad divina porque Sansón no cumplió con la suya humana. La eterna voluntad de Dios no depende de débiles seres humanos. Si ellos no colaboran, Él les lleva al punto en que cambian de parecer y libremente deciden obedecerle, pero puede ser muy doloroso para la persona en cuestión. Más nos vale colaborar con  Dios que ir por nuestro camino, porque sufriremos las consecuencias, y al final la voluntad de Dios será hecha de todas maneras, tal como Él profetizó. Dios nos conducirá al punto donde colaboraremos, pero con gran sufrimiento personal. Al final invocaremos su nombre y su voluntad será hecha por medio nuestro. 

Conocemos bien la historia. Dalila engañó a Sansón, él rompió sus votos nazareos, y sus enemigos le sacaron los ojos y le llevaron cautivo (16:21). El diablo triunfó. ¡Estaba seguro de su victoria sobre Dios! Se celebró con una fiesta al dios de los filisteos (v. 23-24), burlándose de Sansón. El testimonio de Dios estaba en juego: “Entonces clamó Sansón a Jehová, y dijo: Señor Jehová, acuérdate ahora de mí, y fortaléceme, te ruego, solamente esta vez, oh Dios para que de una vez tome venganza de los filisteos por mis dos ojos” (16: 28). Clamó a Dios con el alma y el Señor escuchó su clamor. Derrumbó el edificio matando a 3,000 filisteos, incluyendo a todos sus gobernantes, y libró Israel de su dominio, tal como Dios había prometido.

¿Qué habría pasado si Sansón hubiese vivido una vida apartada para Dios desde la juventud? No se nos lo explica. Igualmente habría llevado a cabo la voluntad de Dios, pero con menos sufrimiento personal. Murió con los filisteos. Sus hermanos y la familia de su padre le enterraron en la tumba de su padre. En la misericordia de Dios sus padres murieron antes para no tener que ver su trágico, pero glorioso, final. La historia termina donde comenzó: con sus padres. Sansón juzgó a Israel veinte años (16:31).