“Y se le apareció el Angel de Jehová en una llama de fuego en medio de una zarza; y él miró, y vio que la zarza ardía en fuego, y la zarza no se consumía” (Ex. 3:2).
Los símbolos que representan al Espíritu Santo nos hablan de cómo es. En la Biblia le vemos como fuego, agua, viento, aceite, y una paloma. Mirándolos uno por uno tenemos una descripción de su naturaleza y ministerio. Es:
Fuego
Cuando Dios se apareció a Moisés en la zarza ardiendo estaba revelando mucho acerca de su naturaleza. El fuego ardía pero no consumía la humilde zarza; la respetaba sin destruirla. La alumbraba con la gloria divina y la luz de la presencia de Dios. El fuego refina, purifica, quema las impurezas, calienta, alumbra. Dios ilumina nuestro entendimiento, inflama el corazón con pasión para Dios, con el fuego del amor. El fuego se respeta, pero no se toca: Dios es santo, temible, pero nos atrae. En la visión de Ezequiel, el fuego resplandecía, y del fuego salían relámpagos. En Pentecostés bajaron lenguas de fuego, y los discípulos hablaban llenos del Espíritu.
Agua
El agua refresca, da vida, hace crecer. Calma la sed. El Espíritu es una fuente, un manantial de vida. Brota, surge, fluye, corre, es un río impetuoso que vence todo obstáculo. Aunque se sumerge bajo tierra, vuelve a la superficie y continúa su curso. Es imposible de parar o de contener. En el desierto un río salió de la Roca. Jesús hablaba de ríos de agua viva. Un río de agua cristalina sale del trono de Dios, fluye por en medio de la Ciudad Santa, fluyen de nuestros corazones. Convierte la sequedad en vergel.
Viento
Dios le dio a Adán el soplo de vida y fue un ser viviente. Un silbo apacible llevó la voz de Dios al profeta abatido. Un recio viento anunció la llegada del Espíritu el día de Pentecostés. El Espíritu respira, inspira, aspira, da aliento y ánimo.
Aceite
El aceite nos habla de la sanidad de nuestras heridas, como en la historia del buen samaritano. Se usaba para ungir a los reyes, sacerdotes y profetas para el ministerio. Simbolizaba el Espíritu que venía sobre los discípulos para prepararles, darles fuerza, autoridad y capacidad, para realizar sus funciones en el poder de Dios.
La paloma
Dios escogió una paloma, no un águila, para representar a su Espíritu. La paloma es humilde y discreta, suave y pura, tranquila y pacífica. No llama la atención a sí misma. Es un ser vivo, se mueve, vuela, siente, es sensible: si le espantas, se va. Representa la paz de Dios y su gracia. Es blanca e impecable, el Espíritu de la Verdad.
“Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y fue llevado por el Espíritu al desierto por cuarenta días, y era tentado por el diablo… Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea” (Lu. 4:1, 14). Toda su vida funcionó bajo la dirección y en el poder del Espíritu. Él es nuestro modelo.