QUIEN ES CRISTO (3)

“Vi yo al Señor sentado sobre un trono alto y sublime, y sus faldas llenaban el templo. Por encima del había serafines; cada uno tenía seis alas… y el uno al otro daba voces,  diciendo: Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria. Y los quiciales de la puertas se estremecieron con la voz del que clamaba, y la casa se llenó de humo” (Is. 6:1-4).

            Esta fue la visión que Isaías tuvo del trono de Cristo en su gloria. No describe la figura sentado sobre el trono, solo sus faldas y los serafines que le acompañaban. El efecto de la visión de la santidad de Dios fue tremendo. Creía que iba caer muerto. Sintió su propio pecado: “Entonces dije: ¡Ay de mí! Que soy muerto; porque siendo hombre inmundo de labios, y habitando en medio de pueblo que tiene labios inmundos, han visto mis ojos al Rey, Jehová de los ejércitos” (v. 5). Cuanto más nos adentramos en la presencia de Dios, más sentimos nuestra propia condición y el pecado que nos separa de Dios.

¿Cómo sabemos que esta visión fue de Cristo? Porque nos lo dice el apóstol Juan. Hay que leer todo el contexto de Juan para verlo. El apóstol está diciendo que los judíos no creyeron en Jesús, tal como fue profetizado por Isaías en la ocasión cuando vio su gloria en el templo. Juan cita a Isaias: “Cegó los ojos de ellos, y endureció su corazón; para que no vean con los ojos, y entiendan con el corazón, y se conviertan, y yo los sane” (Is. 6:10) y luego añade: “Isaías dijo esto cuando vio su gloria, y hablo acerca de él” (Juan 12:36-41). ¿Cuando vio la gloria de quién? La de Jesús.

Volviendo a formular la pregunta de quién es Cristo a la luz de estas tres visiones, las palabras fallan. No existen palabras en nuestro lenguaje para expresar la gloria que vieron. Los profetas usan comparaciones, dicen que es semejante a algo que nosotros conocemos para tener un punto de referencia, para que hagamos un mínimo de idea del contenido de la visión. También vemos que casi no podían soportar el peso de gloria. Juan cayó muerto a sus pies; Ezequiel estuvo atónito durante siete días; Isaías dijo: “Estoy muerto”. Daniel no retuvo su fuerza. Dice: “Se me turbó el espíritu a mí, Daniel, en medio de mi cuerpo, y las visiones me asombraron” (Daniel 7:15). Estos hombres eran santos de Dios, hombres consagrados que habían sufrido mucho en el servicio de Dios, apartados del mal, con vidas puras, y, aun así, casi murieron con la fuerza de la santidad de Dios. Y nosotros, ¿cómo vamos a entrar ligeramente en su presencia?  ¿Cómo pretendemos buscar emociones y sensaciones espirituales? Vienen por sí solos cuando Dios se abre el cielo, pero no es lo que nosotros pensamos. Es muy duro que soportar, tanta luz procedente de un mundo que no es nuestro. Y nuestra condición no nos acompaña. Deberíamos caer de cara en el suelo en arrepentimiento y reverente silencio y adorar.

En cuanto a la gloria y majestad del Señor Jesús podemos concluir que es la que corresponde al Creador y Sustentador del universo. Todo existe por Él y para Él. Él es el Soberano de los reyes de la tierra. Es Dios omnipotente. Toda autoridad y poder le ha sido dado. El que es Dios supremo sobre todas las cosas nos ha amado y nos ha lavado con su sangre para hacernos uno con Él para siempre.