QUIÉN ES CRISTO (1)

“Porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad, y vosotros estáis completos en él, que es la cabeza de todo principado y potestad” (Col. 2:9, 10).

            Todo lo que es Dios está en Cristo. Él está por encima de toda autoridad existente: Él manda, gobierna y está por encima de todo el mundo espiritual. Es Soberano. Reina, no solamente en este mundo sino en todos los mundos habido y por haber. Su dominio no tiene límites, ni geográficos, ni temporales: “Su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Daniel 7:14).

            Él anuló “el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraría, quitándola de en medio y clavándola en la cruz y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz” (Col. 2:14, 15). Otra vez el apóstol enfatiza la importancia y los logros de la cruz. Por medio de ella, Cristo desbancó a Satanás y a todos sus poderes malignos. Ya no puede pretender tener derecho a nosotros, porque no hay ninguna acusación pendiente. Cristo las anuló todas en la cruz, pagó, y ya no queda ninguna deuda. No queda ofensa sin retribuir. Y en cuanto a autoridad, Satanás no puede pretender tener ninguna autoridad sobre nosotros. “Cristo está sentado a la diestra de Dios” (Col. 3:1) Ascendió al cielo de los cielos y se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, ¡años luz por encima de Satanás!

            Este es el lugar que ocupa nuestro Salvador. Vamos a otro texto que también habla de su autoridad: “Jesucristo… el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó y nos lavó de nuestros pecados con su sangre” (Ap. 1:5). ¡El Poder Supremo del universo es el que nos lavó de nuestros pecados con su sangre! Ocupa un lugar tan augusto ahora que es difícil asociarle con el rechazado, malvado y condenado colgado en la Cruz, pero es uno y el mismo. Fue precisamente debido a su humillación tan grande que fuese concedido un lugar tan alto (Fil. 2:7-9). “A él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén” (Ap. 1:6). 

            El mismo Señor Jesucristo dice: “Yo soy el Alfa y la Omega, principio y fin, dice el Señor, el que es y que era y que ha de venir, el  Todopoderoso” (Ap. 1:8). El apóstol Juan tuvo una visión del Señor Jesús en su estado actual y oyó su voz que decía por segunda vez: “Yo soy el alfa y la Omega, el primero y el último” (Ap. 1:11), y giró para ver al que hablaba y vio uno como Hijo del Hombre en medio de siete candeleros, representando las iglesias, Dios en medio de su pueblo, con una palabra para cada una de ellas (Ap. 2 y 3). La descripción que sigue es una revelación de la gloria de Cristo: Estaba “vestido de una ropa que llegaba hasta los pies, y ceñido por el pecho con un cinto de oro. Su cabeza y sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve; sus ojos como llama de fuego; y sus pies semejantes al bronce bruñido, refulgente como en un horno; y su voz como estruendo de muchas aguas. Tenía en su diestra siete estrellas; de su boca salía una espada aguda de dos filos; y su rostro era como el sol cuando resplandece en su fuerza” (Ap. 1:13-16).  Y Juan, el que se había reclinado sobre su pecho en la última cena, su amigo más íntimo aquí en la tierra, cayó a sus pies como muerto.