“Qué os améis unos a otros, como yo os he amado” (Juan 15: 12). “Todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Gal. 3:28). “El amor sea sin fingimiento” (Romanos 12:9). “Servíos por amor los unos a los otros” (Gal. 5:13).
El cristianismo no es una religión individualista, Dios y yo y nadie más, sino una fe comunitaria, relacional. Las relaciones son centrales a la fe cristiana. Somos piedras vivas en un mismo templo, un pueblo, una familia, un cuerpo. Nos pertenecemos los unos a los otros. Nos necesitamos. Crecemos espiritualmente en relación los unos con los otros. Apartarse de la iglesia es apartarse de Cristo por definición, porque la iglesia es su cuerpo. El primer mandamiento es amar a Dios y el segundo es amar al prójimo, y aun más, al hermano.
Vamos a la iglesia para estar en la presencia especial del Señor. Cuando se juntan los creyentes, allí está Él en medio (Mat. 18:20). Allí podemos escuchar el mensaje que Él tiene para nuestra iglesia local (Ap. 2 y 3). Podemos oír el evangelio que tiene una profundidad inalcanzable. Podemos ofrendar a la obra de Dios, tanto para las necesidades de nuestra iglesia, como para la obra de Dios en el mundo. Cantamos y alabamos a Dios juntos. Oramos y adoramos a Dios juntos. Recibimos edificación de las oraciones de nuestros hermanos. Compartimos lo que hemos recibido del Señor durante la semana para la edificación de todos. Aprendemos de los mensajes predicados. Recibimos consuelo. Oímos lo que hacemos mal, el Espíritu nos convence de pecado y nos arrepentimos con miras a cambiar. Oímos los anuncios y sabemos lo que está pasando en nuestra iglesia y en el mundo evangélico. Vemos en qué cosas podemos participar. Nos enteramos de lo que están haciendo otros para ayudar y evangelizar. Todas estas cosas toman lugar en el culto. En casa, solito con Dios, no se pueden hacer.
Luego está la parte social que está al corazón del evangelio. Conocemos a gente nueva. Cultivamos nuevas amistades. Quedamos con ellos para vernos durante la semana. Invitamos a gente al culto. Los presentamos a nuestras amistades. Nos enteramos de los problemas de otros y vemos de qué manera podemos ayudar. Oramos, compartimos sus cargas. Hacemos cosas prácticas para ayudarles. Nos enteramos de quién está en el hospital y planeamos visitas.
También vamos a la iglesia para ayudar en lo que podemos. Puede ser en saludar a gente nueva, en ir a buscar a gente mayor que no tiene coche, en ordenar la sala para el culto, en preparar comidas, poner mesas, servir, recoger, barrer y limpiar, dar alguna clase, atender a los niños pequeños, tocar algún instrumento, participar en el grupo de alabanza, salir a la calle antes del culto para invitar a gente. Usamos nuestros dones. Hay muchas cosas que podemos hacer para el bien de todos.
La reunión de oración es vital, pero para que sea de bendición, la gente tiene que saber orar. Repasar listas de necesidades no es orar. Es abrir el corazón a Dios y pedir por cosas que son importantes para nosotros, cargas reales que tenemos, y apoyar a nuestros hermanos llevando sus cargas, porque los amamos de verdad. Asistiendo, apoyamos el ministerio de la iglesia, contribuimos a su testimonio, y formamos parte de un cuerpo unido, con Dios en medio. Así Él es glorificado y nosotros crecemos en relación con los demás.