PENA Y GLORIA

A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron, mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombres, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios” (Juan 1:11, 12).

            Ayer fue un día de pena y gloria, como la Navidad misma. En la primera Navidad hubo la pena del estigma de un embarazo fuera del matrimonio, un largo y dificultoso viaje, un alumbramiento lejos de familia y hogar sin una casa amistosa donde dar a luz y la pobreza y miseria del establo, pero, la gloria de la humildad y cercanía de Dios vestido de harapos. El amor llenó aquel establo.

Lo mismo pasó ayer en medio del dolor desbordante. Un joven marido, acompañado de sus cuatro hijos pequeños, se despidió del amor de su vida, víctima de un cruel cáncer con solo 39 años. La iglesia estaba abarrotada de gente, todos doloridos, compartiendo la pena de una pérdida tan grande que no hacían falta palabras porque era evidente. El marido nos contó un poco la historia. Se enamoraron con 15 años y mantuvieron el noviazgo por medio de cartas a través de 1,200 km. cuando la familia del novio emigró a España. Pasaron tres años sin verse. Algunas veces en el culto del domingo el novio compartió un versículo que ella le había mandado. Toda la iglesia la quería sin conocerla. Luego Dios llamó a la familia de ella a España a la obra misionera entre los magrebíes y vinieron y se casaron y tuvieron cuatro hijos y servían activamente en la iglesia, hasta que el Señor se la llevó.

En medio del dolor desgarrador de la separación y la muerte, ¿dónde vemos la gloria? En el amor de la pareja. En una sociedad donde se viven juntos y se separan sin compromiso, o se casan y se divorcian, aquí había una pareja de enamorados después de 15 años de matrimonio. El marido puso la música de una canción muy romántica que él escuchaba cuando leía las cartas de su amada durante los años de separación. Cuando vino ella, bailaban juntos a su música. Ahora se sentaba solo delante de la congregación escuchando la letra que decía que siempre la amaría, que nunca se olvidaría de ella.

El amor se veía en los cuatro hijos. En una sociedad donde no quieren hijos y nadie quiere más de dos, ellos tuvieron cuatro. Estaba embarazada de la última cuando tuvo el rebrote del cáncer y no quiso abortar. En días en que no hay muchas familias unidas se veía el amor de la familia extendida: en los cuatros hermanos del novio, sus cónyuges e hijos, las hermanas de la esposa fallecida, en los padres de ambas familias, y en todos los demás familiares, un mogollón de gente emparentada, todos amándose, hechos una piña, unidos en el amor los unos para con los otros, y casi todos en la misma iglesia. En nuestros días esto no se da, pero cuando lo ves es hermoso. Es de Dios.

Se veía el amor en la iglesia, en esta iglesia local y en todas las que estaban representadas. Y en medio del amor estaba Dios. La esposa era una mujer de fe desde la niñez, y también lo eran los miembros de todas las familias emparentadas. Ella tuvo que luchar con su fe y su enfermedad. Quince años antes había perdido a su madre con la misma enfermedad. Su padre se abrió y habló de su fe en medio del tremendo dolor, de lo que llegó a decir a Dios, y finalmente de la aceptación por medio de su fe en la sabiduría y bondad de Dios. El amor de Dios es hermoso y glorioso. Envolvía toda la congregación. Se hacía palpable, patente. Dios estaba allí amando y los hermanos estaban amando y la familia afligida estaba dándose a todos en amor, compartiendo sus corazones rotos con el pueblo de Dios, y recibiendo amor de todos. Esta es la gloria de la miseria del establo, la presencia de Dios en medio de la pena más grande. Es tan real como la vida del creyente: la gloria de Dios en persecuciones, cárceles, torturas, y campos de refugiados. Es la gloria de la cruz, la de un Dios roto, ultrajado y sangriento, ofreciéndose, glorioso en su humillación. Esta gloria tan solo puede ser seguida por la gloria de la resurrección. Así que el padre consuela a sus hijos llorando: “Mamá está en el cielo,” y esto es glorioso, porque el cielo baja en el amor de Dios.