LOS ATRIBUTOS DEL HIJO

“Toda potestad me es dada” (Mat. 28:18).

            ¿Cómo concibes a Jesús? Cuándo piensas en Él, ¿cómo les ves? ¿Qué está haciendo? ¿Caminando al lado del mar de Galilea? ¿Cogiendo niños en sus brazos? ¿Tocando al leproso? Estas escenas corresponden a su estancia aquí en la tierra, cuando estuvo en forma humana. Pero aun entonces se veía su gloria. Juan escribe: “Y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad” (Juan 1:14). ¿Quién fue Éste que se hizo hombre? El eterno y glorioso Hijo de Dios. Cuando vino a este mundo las estrellas cantaron su nacimiento y los ángeles de Dios llenaron el cielo diciendo: “Gloria a Dios en las alturas”. Pero estas escenas de gloria cedieron a una vida humilde. La gente no sabía quién era. Sus hermanos no creían en él. Sus discípulos tardaron mucho en darse cuenta de quién era. Murió como impostor, como el más miserable de los miserables, ¡pero resucitó con gran poder y autoridad!, para ser el  Centro del universo y anunció: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra”.

            Vamos a mirar este pasaje porque nos dice quién es en su estado actual: “Y cuando le vieron, le adoraron” (Mat. 28:17). Es divino. “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra” (v. 18). Ostenta todo poder. No hay poder por encima del suyo. Es el Todopoderoso. “Por tanto id y haced discípulos a todas las naciones” (v. 19). Él manda. Su “religión” es para todos los países del mundo, no solo para los judíos. “Bautizándoles en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo” (v. 19). Está en el mismo nivel de autoridad y divinidad con el Padre y el Espíritu. Es Dios Trino. La fe en Él es fe en el Padre y en el Espíritu también. “Ensenándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (v. 20). Sus enseñanzas son mandamientos. Están en el mismo nivel con los del Antiguo Testamento. La Biblia es una, el Antiguo y el Nuevo Testamentos hablen del mismo Dios, el Dios Trino. “Y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (v. 20). El mundo tiene fin y este está determinado por la soberanía de Dios. Jesús es omnipresente: estará con cada discípulo suyo en todos los países del mundo a la vez. Es eterno, vive hasta el fin del mundo y eternamente. Abarca todo el tiempo y la eternidad.

            Poco después de decir esto, ascendió al cielo. Cuando se fue los ángeles dijeron: “Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá” (Hechos 1:11). Este es el Jesús que va a volver, no el humilde carpintero de Nazaret, sino el que tiene toda la potestad en el cielo y en la tierra. Ya no está caminando al lado del mar de Galilea, está sentado a la diestra de la majestad en las alturas y está con cada creyente del mundo en su labor evangelístico, edificando su Iglesia.  Ha vuelto a tomar la gloria que tuvo antes de humillarse y venir a este mundo.

            Daniel profetizó de su ascensión y toma de autoridad con estas palabras:  “Miraba yo en la visión de la noche, y he aquí con la nubes del cielo venía uno como un hijo de hombre, que vino hasta el Anciano de días, y le hicieron acercarse delante del él, y le fue dado dominio, gloria y reino, para que todos los pueblos, naciones y lenguas le sirvieran; su dominio es dominio eterno, que nunca pasará, y su reino uno que no será destruido” (Daniel 7:13, 14). Este es nuestro amado y glorioso Salvador ahora en su condición actual y así es como debemos concebirle: en gloriosa majestad.