LA HISTORIA DE ISRAEL

“De manera que todas las generaciones desde Abraham hasta David son catorce; desde David hasta la deportación a Babilonia, catorce, y desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce” (Mateo 1: 17).

Mateo empieza su evangelio estableciendo que Jesús es verdadero judío, hijo de Abraham, y verdadero rey, descendiente de David. Tiene las credenciales imprescindibles para ser el Mesías de Israel. Al hacerlo, divide la historia de Israel en tres partes: desde Abraham a David, cuando Israel no tenía rey, desde David hasta la deportación, el periodo de los reyes, desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, otro periodo sin rey. La implicación es que, después, tiene que venir otra etapa de monarquía, la de Cristo, el Señor Jesús. Desde Juan el Bautista hasta el presente, no se ha levantado profeta en Israel. Él fue el último y señaló a Cristo.

El primero periodo de historia, de Abraham a David, son unos 1000 años. De David hasta el último rey son 500 años. De la cautividad hasta Cristo son 500 años. Desde Cristo hasta el presente, 2000 años.  Durante todo este periodo de tiempo tan largo, Israel solo ha disfrutado de paz y prosperidad por muy pocos años, a saber, durante el reinado de Salomón. Ha sido una larga historia de dolores de parto para dar a luz al reino esperado, y todavía está sufriendo y esperando. ¿Este es el pueblo bendecido de Dios? Cualquier judío que piensa tiene que tener muchas dudas al respecto.

Su pueblo empezó con Abraham, que nunca recibió lo prometido; pasó por 400 años de esclavitud en Egipto; murieron la mayor parte en el desierto bajo Moisés antes de entrar en la tierra prometida. Tuvieron un breve tiempo de victoria bajo Josué; pasó a ser gobernado por jueces, cada vez menos civilizados; empezó un período de reyes con uno que no sirvió, después David iba conquistando y agrandando el territorio; con Salomón disfrutaron unos años de paz y prosperidad, pero con su hijo el país se dividió en dos. El reino del norte fue conquistado por Asiria y desapareció, el reino del sur duró un poco más, terminó con unos reyes malos, apostatas y fue llevado a la cautividad. Regresaron y reedificaron, pero siempre bajo dominio extranjero. Así fue cuando nació Cristo. Poco después el templo fue destruido por los romanos y en el año 135 toda la ciudad de Jerusalén fue destruida, los judíos expulsados y el centro del judaísmo pasó a Galilea. Algunos judíos quedaron en Israel, otros fueron dispersados y vivían en colonias de judíos por todo el mundo hasta el año 1948 cuando Israel fue establecido como nación de nuevo. Ahora, ¿esta es una historia gloriosa? ¿Es una obra digna de Dios? ¿Representa el cumplimiento de todas las promesas dadas a Abraham? Desde luego, la supervivencia de este pueblo es un milagro. Su establecimiento como nación es otro. Pero las promesas todavía esperan su cumplimiento.

Simeón es uno que estaba esperando “la consolación de Israel” (Lu. 2:25), y la tuvo en sus brazos en forma del niño Jesús. Ha venido el Rey. Él es la garantía de que las promesas de Dios hechas a Abraham hace 4000 años se van a cumplir. Su resurrección es la prueba. Lo mejor queda por venir. Mateo escribió: “Desde la deportación a Babilonia hasta Cristo, catorce”, ¿y desde Cristo hasta su venida en poder para reinar, cuántas? La nuestra es la fe de la larga espera. Formamos parte de una larga tradición. Seguimos orando: “Venga tu reino”. Nuestra esperanza está viva.