“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!… porque allí envía Jehová bendición, y vida eterna” (Salmo 133:1, 3).
El Salmo 133 es un cántico a la unidad. Todas las voces se unen en armonía celestial para la gloria de Dios, quien hizo posible la unidad por la obra de Cristo en la Cruz. La eterna voluntad de Dios decidida antes de la creación del mundo es la “de reunir todas las cosas en Cristo, así las que están en los cielos, como las que están en la tierra… Habéis sido hechos cercanos por la sangre de Cristo, porque él es nuestra paz, que de ambos pueblos (judíos y gentiles) hizo uno, derribando la pared de separación, para crear un solo y nuevo hombre, haciendo la paz, y mediante la Cruz reconciliar con Dios a ambos en un solo cuerpo, matando en ella las enemistades” (Ef. 1: 9, 10 y 2:13-16). Este es el propósito y la finalidad del Calvario, de unir a todas las personas de todas las nacionalidades en Cristo. En una palabra: la voluntad de Dios es unidad total.
La unidad es lo opuesto de todo lo malo. Es la resolución de divisiones, separaciones, hostilidades, desavenencias, ofensas, pleitos, guerras, enemistades, enfrentamientos, rechazos, prejuicios, descalificaciones, odios, desprecios, caos, desorden y muerte. Todo esto es lo que hay en el mundo y en el corazón del hombre sin Cristo. Por eso, el mundo está como está.
El motivo por el cual la unión se efectúa por medio de la Cruz es porque todo lo que divide es pecado. Pecado es falto de amor, como enseñó Cristo. Pecado es la transgresión de la ley, y el amor el cumplimiento de la ley: “Y el segundo [mandamiento] es semejante: amarás a tu próximo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas” (Mat. 22:39, 40).
Entonces, ¿en qué consiste la unidad? En el amor, la amistad, la paz, la comunicación, en las buenas relaciones, el aprecio, la valoración, en la misericordia, en la comprensión, en la humildad, y la aceptación. La unidad conduce a la colaboración, todos trabajando juntos para el bien de todos. No hay protagonismos o rivalidades, sino cooperación y acoplamiento, cada uno aportando según lo que puede dar. La unión no elimina las diferencias individuales, sino que las valora, las potencia y las aprovecha, porque lo que le falta a uno, lo tiene el otro, y cada uno es necesario.
“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” La armonía es el arreglo de diferentes tonos para que suenen buen juntos. Es gratificante. No haya disonancias. ¡Las notas no chocan entre sí! La combinación de voces en armonía es más hermosa que una sola voz. Las notas se unen para dar a luz una sinfonía, estéticamente agradable al oído. En cambio, la falta de armonía y amor es chocante: “Si no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo que retiñe” (1 Cor. 13:1). La falta de armonía es estridente. Crispa los nervios. Inquieta. El amor es armonioso. Se adora a Dios con voces que cantan unidas en una maravillosa armonía que es el resultado de la pasión de Cristo en la Cruz del Calvario: la expresión más alta del amor.