LA CASA DE DIOS

“Yo me alegraré con los que me decían: a la casa del Señor iremos. Nuestros pies estuvieron dentro de tus puertas, oh Jerusalén. Jerusalén, que se ha edificado como una ciudad que está bien unida entre sí. Y allí subieron las tribus, las tribus de JAH” (Sal.122:1-4).

Amo tu reino, Señor, la casa de tu morada;
La Iglesia que nuestro bendito Redentor salvó, con su propia sangre preciosa.

Amo tu Iglesia, O Dios, sus paredes delante de mí están,
Queridas como la niña de tus ojos, y escritas en tu mano.

Para ella mis lágrimas caerán, para ella mis oraciones ascienden,
Para ella mis cuidados y trabajos se dedicarán, hasta que cuidados y trabajos terminen.

Más allá de mis goces más sublimes, valoro sus prácticas celestiales,
Su dulce comunión, sus votos solemnes, sus himnos de amor y adoración.

Jesús, tú, Amigo divino, nuestro Salvador y nuestro Rey,
Tu mano de toda traba y enemigo, gran liberación traerá.

Tan seguro como tu verdad que permanece, a Sion será dada las mayores glorias que este mundo pueda dar, y mayores goces del cielo.

            La verdad es que amamos la iglesia. Trabajamos para ella y sufrimos con ella. Cuando las cosas van bien, estamos contentos, y cuando van mal, nos apenamos. ¿Cómo es posible que hayamos llegado a amarla tanto? No lo sabemos, pero es así. Es nuestra familia, parte nuestra. Cuando viene una persona nueva tenemos ganas de cuidarla y cuando alguien se va, sentimos mucha tristeza. Somos capaces de desvelarnos por ella, de llorar por ella, y de cansarnos trabajando para su bien.

Para nosotros la iglesia es mucho más que el edificio donde nos reunimos, es un anticipo de cielo, un lugar de relaciones hermosas, de servicio fructífero, donde experimentamos la cercanía de Dios, satisfacción y realización, aceptación, valoración, y aprecio, donde hay adoración sincera y alabanza contenta, la gratitud procedente de corazones que han recibido perdón, restauración, transformación, y un anticipo de gloria.

La iglesia es el sucursal del Cielo en la tierra.

“Por amor de mis hermanos y mis compañeros diré yo: La paz sea contigo. Por amor a la casa de Jehová nuestro Dios buscaré tu bien” (v. 8, 9). Amén. Así sea.