JUNTOS EN ARMONÍA

“¡Mirad cuán bueno y cuán delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía!” (Salmo 133:1).

            Vivir unidos en Cristo es una de las bendiciones mayores que podemos disfrutar en esta vida. Un grupo de personas “juntas en armonía” es sumamente hermoso. Es fuera de serie. Es algo que este mundo no conoce. En el mundo solo hay unión por motivos interesados. No se conoce un grupo de personas diversas que se junta para ayuda mutua, porque se aman y quieren estar las unas con las otras.

            Estamos hablando de algo mucho mayor que pasar dos horas juntos el domingo por la mañana escuchando hablar y orar a las mismas personas, cantando los mismos cánticos y compartiendo las mismas creencias. Se puede hacer esto durante años, incluso décadas, y no saber ni siquiera cómo se llaman algunas de las personas, mucho menos, algo de sus vidas. Si las viesen por la calle, igual no se las reconocerían. No se sabe cómo piensan, ni lo que opinan, cuáles son sus problemas, cuál ha sido su formación, cuáles son sus capacidades y dones, ni qué podrían aportar a la vida de la iglesia. Simplemente son personas desconocidas. Se supone que tienen una experiencia con el Señor, pero se ignora cuál es y cómo va.

            Esto no es lo que el Señor tuvo en mente cuando formó la iglesia. Las Escrituras hablan de la iglesia como un cuerpo en el cual los miembros se necesitan los unos a los otros, como un pueblo, como una familia cuyos miembros comparten juntos la vida, y como un templo hecho de piedras vivas, morada del Dios vivo, cada piedra en su lugar manteniendo el edificio en pie. 

            Cuando ves una iglesia que realmente reúne estas características es sumamente hermosa. Es un hogar espiritual. Es un lugar de acogida en que cada uno sabe cuál es su lugar, cómo puede servir a los demás, y que es imprescindible para el funcionamiento del conjunto. Las relaciones son afectuosas, cariñosas, respetuosas y familiares. El ambiente es uno de cordialidad, de simpatía y de alegría al estar juntos. Se siente aprecio por y se valora a cada persona. No hay grupitos, ni gente marginada, ni se excluye a nadie, por especial o complicado que sea. No se finge cariño; es auténtico. Hay honestidad y transparencia. Hay humildad. Se habla la verdad. Se corrige. Se confronta. Se arrepiente, se perdona y se acepta. Cada uno está dispuesto a rectificar y aprender. Esto es vivir en la realidad, ¡e ir mejorando nuestra realidad!

            En este ambiente es posible abrirse y compartir los problemas y contar con recibir consuelo, ayuda, corrección, y apoyo en oración. Uno está deseando llegar para poder compartir. Sabe que no habrá cotilleo, sino que va a recibir comprensión y ánimo. Se comparte la Palabra juntos. Se habla de ella. Se usa para instruir y amonestar. Ella siempre es el punto de referencia. Juntamente con la Palabra está la presencia del Señor ¡que realmente se nota! Él es el centro de todo. Él unifica. Habla por medio de la Palabra y por medio de los miembros de su cuerpo. Cuando se junta su iglesia, Él está allí en medio de forma perceptible. Se mueve en medio de la congregación con completa libertad y está a gusto en su iglesia, porque está funcionando cómo Él quiere. ¡Estas personas realmente se aman! “Allí envía el Señor bendición y vida eterna” (v.3).