“Por la fe, Abraham, siendo llamado, obedeció para salir al lugar que había de recibir como herencia… porque esperaba la ciudad que tiene fundamentos, cuyo arquitecto y constructor es Dios… Anhelaban una ciudad mejor, esto es, celestial. Dios les ha preparado una ciudad” (Heb. 11:10, 16).
Las Escrituras nos enseñan a pensar en la vida cristiana como una carrera, no una que tenemos que correr con velocidad, sino con paciencia (Heb. 12:1). También es un subir a Jerusalén. ¿Tú ves la vida cristiana de esta manera?
Para llegar a nuestra Jerusalén tenemos que cruzar una serie de montañas, como vemos en el Salmo 121. Este salmo es un cántico gradual. Saber esto es la clave a su interpretación. Significa que los israelitas lo cantaban en el camino a Jerusalén, y también significa que tú lo tienes que cantar en tu subida a la Jerusalén celestial, porque te anima en las dificultades del camino. Es una subida que desafía el más fuerte. Como dice el salmo, solo con la ayuda de Dios puedes llegar: “Mi socorro viene de Jehová, que hizo los cielos y la tierra” (v. 2). ¡Se supone que si Dios hizo los cielos y la tierra, puede ayudarte a ti! En la vida cristiana el peligro al subir montañas es resbalar y caer para atrás, retroceder. Por eso dice: “No dará tu pie al resbaladero” (v. 3). Las noches en alta montaña son peligrosas. Hay bestias predadoras, está el adversario como león rugiente. Dios te guarda por tus noches oscuras, períodos en la vida cuando no ves nada y la oscuridad oprime: “He aquí no se adormecerá ni dormirá Él que guarda a Israel” (v. 4). Dios velará por ti en las noches oscuras del alma: “Guardará tu alma” (v. 7).Te guardará en toda clase de dificultades: “Jehová te guardará de todo mal” (v. 7). Guardará tu salida, cuando emprendiste la subida a Ciudad, la caminata de toda una vida, desde tu conversión hasta tu llegada en la Jerusalén celestial: “Jehová guardará tu salida y tu entrada” (v. 8), hasta que por fin llegues con bien a tu hogar eterno en la hermosa Ciudad de Dios.
Jerusalén, la dorada, con leche y miel bendecida/ Bajo tu contemplación se elevan corazón y voz oprimida/ No conozco, no conozco qué goces, qué resplandor de gloria, qué éxtasis incomparable nos esperan allí.
Están las mansiones de Sion jubilosas con cánticos, y luminosas con muchos ángeles, y con la multitud de mártires/ El Príncipe está siempre presente, la luz de día es despejada/ Los prados de los benditos están adornados en glorioso esplendor.
Allí está el trono de David, y allí, librados de toda cuita, se oye el grito de los triunfadores, el cántico de los que festejan. / Ellos, quienes con su Capitán, han conquistado en la lucha, / para siempre y para siempre están vestidos de ropas blancas.
¡O dulce y bendito país, el hogar de los elegidos de Dios! O dulce y bendita país, la esperanza de corazones ilusionados. / Jesús, en misericordia tráenos a aquella amada tierra de descanso, / Tu, con el Padre y el Espíritu, siempre bendito.
Bernardo de Cluny, Siglo XII.