Jeremías (3)

JEREMÍAS, SU PERSONALIDAD

“Pasó la siega, terminó el verano, y nosotros no hemos sido salvos. Quebrantado estoy por el quebrantamiento de la hija de mi pueblo; entenebrecido estoy, espanto me ha arrebatado. ¿No hay bálsamo en Galaad? ¿No hay allí medico? ¿Por qué, pues, no hubo medicina para la hija de mi pueblo? ¡Oh, si mi cabeza se hiciese aguas, y mis ojos fuentes de lágrimas, para que llore día y noche los muertos de la hija de mi pueblo!” (Jer. 8:20-9:1).

            Algunos leen estas palabras y despachan a Jeremías como un hombre melancólico y lúgubre; le llaman el profeta llorón, y no se interesan por sus escritos. Será porque no tienen la capacidad de sentir angustia por la perdición del pueblo de Dios. Si alguna vez has amado a alguien que está perdido, estas palabras no pueden dejar de conmoverte. Jeremías fue un hombre de una disposición tierna, llamado a proclamar un mensaje de juicio. Solo los quebrantados de corazón están en condiciones de hablar de la condenación y del infierno, y lo hacen llorando. Si no, son unos duros justicieros que nunca han amado a nadie salvo a sí mismos. Jeremías estaba involucrado emocionalmente en el mensaje que proclamaba la destrucción de Jerusalén y la aflicción del pueblo al que amaba. El rechazo de su mensaje y el desprecio, la burla y el antagonismo que recibió de su pueblo quebrantaron su espíritu.

            Fue un hombre de emociones encontradas. A veces rogaba por sus enemigos y en otros momentos los mandaba al Seol. No quería cumplir con el ministerio que Dios le había encomendado, pero no podía dejarlo. Dejaría al Señor, pero no podía vivir sin Él. Es como Jonás, que tampoco pudo enfrentar la condenación de Israel, pero Jonás fue un paso más lejos: huyó de la presencia de Señor. Prefería condenarse él, que ver la  condenación de ellos. Jeremías luchaba con el Señor: “Me sedujiste, oh Jehová, y fui seducido; más fuerte fuiste que yo, y me venciste; cada día he sido escarnecido, cada cual se burla de mí. Y dije: No me acordaré más del él, ni hablaré más en su nombre; no obstante, había en mi corazón como un fuego ardiente metido en mis huesos; traté de sufrirlo, y no pude” (Jer. 20:7, 9). Luego sube y alaba a Dios: “Mas Jehová está conmigo como poderoso gigante… cantad a Jehová, load a Jehová” (v. 11, 13) pero en el versículo siguiente baja y dice: “Maldito el día en que nací” (v. 14). ¿Cómo puede caber el corazón de Dios en un corazón humano? Su corazón se había extendido tanto para dar cabida al corazón de Dios que estaba para romperse. Es de sorprender que no sufriera un colapso emocional bajo tanta presión.   

            Puesto que sus profecías no se cumplieron inmediatamente, sus semejantes se reían de él. Sus enemigos prosperaban mientras que Jeremías fue humillado. Pero muy por debajo de estas emociones de tristeza y depresión estaba la esencia del hombre: una fe inquebrantable en Dios. Sus oraciones son conmovedoras, llenas de compasión por el pueblo que amaba, de realismo en cuanto a su sufrimiento personal, y profundidad en su conocimiento íntimo de Dios. Jeremías fue un hombre de tremenda fuerza de carácter  para seguir resistiendo año tras año lo humanamente imposible, y de gran valentía, confrontando reyes, predicando en las plazas y en el templo delante de un público hostil, enfrentando la muerte vez tras vez, y solo, salvo por el compañerismo de su fiel escriba Baruc, pues Dios no le había permitido casarse para no ver la muerte de sus hijos en la catástrofe que venía. Solo tuvo a Dios y, como Jacob, estaba agarrado a Él en lucha para sobrevivir. Clama: “Sáname, oh Jehová, y seré sano; sálvame, y seré salvo; porque tú eres mi alabanza” (17:14). ¿Quién conoce a Dios como este hombre?