Jeremías (2)

JEREMÍAS: su biografía y su mensaje (2)

“Así ha dicho Jehová de los ejércitos, Dios de Israel: Mejorad vuestros caminos y vuestras obras, y os haré morar en este lugar. No fiéis en palabras de mentira, diciendo: Templo de Jehová, templo de Jehová, templo de Jehová es este” (Jer. 7:3, 4).

            Como ya hemos dicho, este sermón acerca del templo casi le costó la vida al profeta Jeremías. El pueblo confiaba en su religión. Creían que estaban cubiertos siempre que mantenían los ritos externos, que Dios les protegería de otras naciones y que vivirían seguros. Chocaban frontalmente con Jeremías que predicaba que lo que Dios buscaba era mucho más. “Si con verdad hiciereis justicia entre el hombre y su prójimo, y no oprimiereis al extranjero, al huérfano y a la viuda, ni en este lugar derramareis la sangre inocente, ni anduviereis en pos de dioses ajenos para mal vuestro, os haré morar en este lugar, en la tierra que di a vuestros padres para siempre” (7:5-7).  Claro, los oponentes de Jeremías mantenían que Dios les dio este lugar para siempre, no importaba si ellos vivían en pecado o no, pero Jeremías está predicando que esta promesa es condicional.

Y nosotros, ¿qué? ¿Nuestra salvación es condicional? ¿Podemos hacer todo el mal que queremos y todavía ser salvos? Aquí está el gran debate. Algunos dicen que no importa lo que hacemos, otros dicen que se puede perder la salvación, y otros dicen que si uno se porta así, nunca la ha tenido. ¿Dios ha cambiado? ¿La salvación que tenemos en Cristo nos permite pecar todo lo que nos da la gana? ¿El Nuevo Pacto significa que yo puedo vivir en pecado y Dios todavía está obligado a salvarme? Qué cada uno conteste según su entendimiento del carácter de Dios. La adoración ceremonial acompañada por una vida de pecado con el corazón lejos de Dios es un insulto a la inteligencia de Dios.

“Ahora, pues, por cuanto vosotros habéis hecho todas estas obras, dice Jehová, y aunque os hablé desde temprano y sin cesar, no oísteis, y os llamé, y no respondisteis; haré también a esta casa sobre la cual es invocado mi nombre, en la que vosotros confiáis, y a este lugar que dí a vosotros y a vuestros padres, como hice a Silo” (v. 13, 14).  Ellos confiaban en su religión, pero no en Dios, y el Señor dice que ¡va a destruir su templo! ¡Estas son palabras mayores! Mataron a Jesús por creer que él dijo esto mismo (Mt. 26:60, 61). Su corazón estaba en el templo, (o si fuese hoy día, en la iglesia local), no en Dios, y Dios arrasó el templo, como hizo a Silo: “Ellos tentaron y enojaron al Dios Altísimo, y no guardaron sus testimonios… Dios dejó, por tanto, el tabernáculo de Silo, la tienda en que habitó entre los hombre, y entregó a cautiverio su poderío, y su gloria en mano del enemigo. Entregó también su pueblo a la espada” (Salmo 78:56-62).

            Cuando Jeremías denunciaba la hipocresía del pueblo, chocó con la religión oficial, y cuando dijo que tenían que rendirse a Babilonia y aceptar la disciplina de Dios si querían vivir, chocó con los líderes políticos. Jeremías chocó con los líderes religiosos y con los líderes políticos, igual que Jesús quien fue matado por una coalición de ambos. Se parecía mucho a su Señor.